LA (DES)CONSTRUCCIÓN DE LAS IDENTIDADES Y DE LOS VÍNCULOS DE COOPERACIÓN EN LA CONTEMPORANEIDAD: ¿ES POSIBLE LA RECUPERACIÓN DE LA CONSCIENCIA CRÍTICA?
Ángela Caniato
Programa de Posgrado en Psicología
Universidad Estadual de Maringá
Resumen
Considerando que las subjetividades son históricamente determinadas y construidas en la relación con la cultura, y que la “violencia simbólica” de la industria cultural cruza los procesos de identificación-proyectiva-introyectiva, ejerciendo sobre los individuos su fuerte poder destructivo y manipulador de las identidades subjetivas, en la intervención de la autora se hace un profundo análisis de la posibilidad de recuperar la consciencia crítica.
Palabras claves: consciencia crítica, industria cultural, psicoanálisis, psicología social
Abstract
Considering that subjectivities are constructed in relation to culture, historically determined, and that the "symbolic violence" crosses cultural industry processes-projective-introjective identification, on individuals exercising their strong destructive and manipulative power of identities subjective, in this paper author make an in-depth analysis of the possibility of regaining consciousness becomes critical.
Keywords: critical awareness, cultural industry, psychoanalysis, social
La sociedad contemporánea estratificada bajo el signo del autoritarismo clasista es caracterizada por la desigualdad económica y social, lo que implica en privilegios de unos en detrimento de la mayoría de los individuos. Para sostener tal exclusión son accionados poderosos mecanismos de control, tendentes a la ecualización de las subjetividades bajo el dominio de prejuicios y estereotipias. La identidad así construida agrega las subjetividades en un aprisionamiento simbiótico y en una identidad única y predefinida, que impide todas las demás opciones de vida que estos individuos podrían llegar a tener: imposibilita la autonomía y elimina la alteridad.
Tal sociedad, por medio de mecanismos ideológicos propagados por los medios, encubre esta violencia, culpabilizando a los individuos sometidos a estas distorsiones. Por otro lado, la arbitrariedad de la sociedad somete a los “alborotadores” recalcitrantes a puniciones rigurosas –traducidas en severas penas contra estos transgresores– que son justificadas como protección social. Esta “violencia simbólica” encubierta resulta un fuerte sufrimiento y el silenciamiento de los individuos aterrorizados que, así, van volviéndose cómplices del sistema autoritario que los subyuga.
En este trabajo partimos de la presuposición que las subjetividades son históricamente determinadas y construidas en la relación con la cultura y que la “violencia simbólica” de la industria cultural cruza los procesos de identificación-proyectiva-introyectiva, ejerciendo sobre los individuos su fuerte poder destructivo y manipulador de las identidades subjetivas.
Freud (1930/1981b) ya había señalado que la cultura subordina a los individuos de una forma bastante severa, trayendo intensos dolores, desilusiones y tareas insolubles. Para soportarla se hacen necesarios algunos lenitivos. El autor señala tres: las “distracciones necesarias que nos hagan desdeñar nuestra miseria, satisfacciones substitutivas que amenicen y estupefacientes que nos vuelvan insensibles a ella”.
En el enfoque de la Teoría Crítica es el Psicoanálisis que permite desvelar en los individuos la presencia perversa de estos elementos ideológicos nombrados arriba y ayudarlos a reflexionar, a fin de que desarrollen en sus subjetividades una consciencia crítica capaz de cooperar en el rescate del individuo autónomo que se comprometa en la lucha por la transformación social (Adorno, 1995).
Pretendemos colaborar con la constitución de un saber psicológico que no se hurta al análisis de su momento histórico constitutivo y tampoco se cierra a la comprensión de la dimensión social del sufrimiento de los individuos, en la búsqueda de transformar la cultura y la sociedad en beneficio de los seres humanos.
En el mundo contemporáneo la supervivencia de los hombres –de sus identidades, de los vínculos de amparo y de respeto a las diferencias y a las alteridades– está amenazada de extinción porque la cultura –el ethos humano– está atravesada por la violencia. La barbarie administra los “estados de excepción” (Agamben, 2007; Levi, 2004) que hoy actúan más o menos escamoteados, esparciendo el autoritarismo y la producción de códigos de valores que son antagónicos a la vida. La tecnología de la destrucción y sus sinestesias, tal como los “bombardeos pacificadores” (Alba Rico, 2007), lanzan a los individuos en la no-culpa de la “moralidad técnica” que corrompe las leyes de convivencia social al transformar la crueldad de actos transgresores en justificativas cínicas dirigidas por la “ética de la obediencia” (Bauman, 1998). La trivialización de la violencia (Arendt, 2000 – “banalidad del mal”) se impone en la contemporaneidad como la ley soberana en la articulación de las relaciones colectivas.
No hay la intención en este estudio de agotar la complejidad de la violencia y de la barbarie, más o menos explícitas, vividas por los hombres en la contemporaneidad, en especial, porque hay muchas farsas hipócritas a ser desveladas por detrás de la estructura de plomo o de papel celofán que encubre la falacia de tales democracias –o son permitidas por ellas– y bajo la égida de la exaltación de supuestos derechos humanos, casi nunca son respetados. Son atroces, sin duda, las imposiciones perversas y disruptivas que atraviesan el proceso de socialización en la contemporaneidad, los cuales los científicos no podrían estar ajenos. En especial, porque ellos son unos de los que pueden/deben denunciar la deshumanización a que todos estamos expuestos y, con esta acción, invertir la culpabilidad de los individuos que les viene siendo imputada.
Los profesores/escuela y los padres/familia son acusados de omisión y son considerados como los responsables por algunos aspectos disruptivos en el proceso de socialización, que, hace mucho, esta misma sociedad ya la destruyó y hoy vuelve a cobrar de ellos: la exigencia de disciplina y límites. Ciertamente que el amparo afectivo es de gran importancia para la construcción de la autoridad subjetiva y delimitación entre las alteridades. Pero, de hecho, cada vez más la sociedad prescinde de estos valores y prefiere que los individuos sean incontrolados y omnipotentes. Transfiere, sin embargo, para ellos la acusación de omisos y fragiliza aún más a los padres por no establecer límites para los hijos y a los educadores porque no estarían sabiendo lidiar con la indisciplina en la escuela. Difamación culpabilizadora, apenas, vaciadora del papel social de estos agentes –porque no le interesa a la sociedad que padres o profesores ejerzan la tarea de ser referenciales de autoridad y de servir de amparo para sus hijos y alumnos–, ya sean ellos niños o adolescentes.
No existe la preocupación en construir formas de vida en sociedad en que los individuos estén vinculados por lazos afectivos entre sí y tampoco existe la intención de crear condiciones de cooperación para que cada uno desarrolle la capacidad de pensar. No es deseado que los hombres sean fortalecidos por relaciones de protección y cuidados inherentes a la disciplina, a la difusión de valores éticos humanizadores, al fortalecimiento de un colectivo por lazos de amistad y solidaridad y mucho menos en conseguir pensar críticamente. Es necesario que los individuos sean “libres e independientes”, o sea, solitarios y, por lo tanto, vulnerables para que sean mejor cooptados como conductores privilegiados o conducidos masacrados por el único sujeto social que verdaderamente es soberano: el SEÑOR CAPITAL (Carone, 1991). La sociedad actual necesita de hombres altamente individualistas, que no respeten la alteridad y la diferencia entre los individuos. La única orden social que debe ser obedecida es la de no-tener-límites, por lo tanto ser impulsivos y radicales. No deben exhibir ninguna restricción delante de las múltiples performances que les son demandadas en la sociedad. Necesitan estar atentos para potencializar sus diferentes ambiciones y habilidades como héroes, para ser los cooptados “privilegiados” en la producción de la codicia o conformarse con la condición de condenados a sucumbir a los dictámenes de la avaricia en la miseria (Mariotti, 2001). En pocas palabras, todos vivimos bajo la égida de la VIOLENCIA en sus diferentes aspectos y bajo el SUFRIMIENTO PSICOSOCIAL (Caniato; Castro, 2004).
En la complejidad que representa el estudio de la violencia, podemos identificar que, de una forma o de otra, todas las demás expresiones de la violencia en la sociedad se imbrican con la violencia estructural, diferenciándose solo sus agentes y condiciones institucionales a partir de las cuales están actuantes. Todos vivimos bajo el mismo modo de producción y la mercadería (el gran tirano) se hace cada vez más omnipresente en todo el mundo. Podemos afirmar que, bajo la globalización y con el desarrollo de los medios de comunicación, hay una tendencia muy fuerte de estandarización de las culturas y, consecuentemente, de las formas de relaciones entre los hombres e incluso una cierta estandarización de las maneras de ser, pensar y actuar de los individuos: pues pertenecemos a una sociedad global de fuerte connotación autoritaria (Agamben, 2005). Caminaremos un poco por la violencia social con el objetivo de ubicar algunas instituciones y estrategias sociales en que ella se manifiesta y como, en ellas, las destructividades de la violencia se explicitan y afectan a los individuos.
Estamos asistiendo, cada vez más en el mundo de hoy, a la destrucción de la política y de la ciudadanía que corre sin ton ni son del poderío económico para el cual el único derecho sobre la tierra es el de la propiedad privada y el único bien a ser preservado es el del dinero (Martín; Schumann, 1999). Actualmente, la subalternización del humano es incontestable y muchas estrategias han sido desencadenadas para destruir las individualidades y la vida colectiva en los grupos. Utilizándose de estas estrategias maniqueas es que la violencia social va atravesando el tejido social y articulándose con la violencia de Estado para alejar y/o exterminar a los individuos que resisten a las estereotipias. Intensifican la opresión y la exclusión social consiguiendo, así, mantener la “sociedad protegida y en seguridad”. La violencia social complementa, pues, la violencia de Estado y ambas actúan de forma integrada. A fin de cuentas, está en juego la defensa de una organización social –sistema capitalista– que beneficia a una minoría de hombres que no quiere perder los privilegios hegemónicos y de quien el Estado continúa siendo aliado/ subordinado.
Ella también se expresa bajo la forma sutil y de fácil internalización/ asimilación e integración en la vida psíquica de los individuos como violencia simbólica. Esta expresión de la violencia permite que ella esté escondida detrás de encantadores anuncios y discursos mediáticos y fácilmente puede ser disimulada por la versatilidad de las palabras y del lenguaje, permitiendo diferentes formas de manipulación: de ahí su potencial altamente traicionero.
Elizabeth Lira en Violencia y Vida Cotidiana (1992) identifica, en diferentes ámbitos de la vida en sociedad, la violencia como fundacional de las relaciones cotidianas. Ella está integrada en el día a día de los hombres, generando un estado de amenaza y miedo crónicos en el cuerpo social, en la forma de interacción entre los hombres y en el mundo interno de cada individuo. La condición de desamparo de los individuos queda exacerbada por la ausencia de comunicación amistosa y de solidaridad entre ellos y se expresa en la incapacidad colectiva de disolución del perverso en la organización de la vida en sociedad. No hay dudas de que estas formas de violencia efectúan la represión a los individuos y están al servicio de las injusticias y de la sustentación de las desigualdades sociales: el control social de los individuos es ejercido para el mantenimiento de privilegios de clase de una minoría que retiene las bonificaciones de la rentabilidad en la producción y en el consumo de las mercaderías.
La mayoría de los individuos vive cercada y arrinconada por la vigilancia –importante forma de violencia social– (Caniato; Nascimento, 2007) que viene siendo administrada por muchas y diferentes formas de tecnologías, cada vez más sofisticadas. La invasión de la privacidad se pone como normatización cínica, siendo efectuada por agencias públicas y privadas que reciben esta incumbencia de las clases dominantes y de los Estados autoritarios. Tales acciones de violencia son justificadas como exigencia para una supuesta seguridad de los sujetos de la sociedad y, aunque sean cada vez más invasivas de la vida privada de los individuos, son también muy propagadas bajo formas hilarantes, tales como “sonría, pues le están grabando” (Martorell, 1999; Caniato; Nascimento, 2007).
Es necesario, bajo culturas autoritarias, identificar y acompañar los procesos vinculares jerarquizados y horizontales dentro de los grupos y la culpabilidad y el autocastigo generados en las subjetividades (sentimiento inconsciente de culpabilidad). En estas sociedades, hay el permiso para que una minoría pueda agredir, mientras que la mayoría de los individuos es obligada a contener sus agresividades, viviendo bajo la “más-represión”. Hay una prohibición para reaccionar a los desagravios sufridos. El individuo tiene que contener su agresividad protectora (asociada a la preservación de la vida) y someterse a la violencia de aquellos a quienes la sociedad permitió violentarlo. Freud (1921/2005a) en Psicología de las Masas, desmenuza la organización de las instituciones sociales que se erigen bajo el comando de un superior (jefe/tirano/iglesia) que conduce al grupo de forma autoritaria. Este tirano captura a todos por identificaciones lujuriosas con él (idealización) y mantiene a los individuos débiles y vinculados simbióticamente (retrocedidos/debilitados) unos con los demás.
En el análisis de este proceso de internalización de la violencia simbólica, se hace imprescindible el apoyo de otros célebres textos de Freud –El Malestar en la Cultura (1930/1981b) y Más allá del Principio del placer (1920/1948) en los cuales el autor proporciona los parámetros para examinar los efectos traumáticos de esta internalización de la violencia, que se constituye como una forma muy eficiente de control y de total dominio sociales en la manipulación de los hombres.
La culpabilidad del individuo se vuelve inevitable. La desresponsabilización social con la vida humana sigue, sin pudor, el laberinto sutil y camuflado de la eliminación de vínculos afectivos entre los individuos. Al envolverse ávidamente en el sufrimiento de la más-represión social y en la violencia del autocastigo (sentimiento de culpabilidad, Freud (1930/1981b)) los individuos, caídos por el dolor, solo pueden aguardar del otro más-sadismo. La violencia social regresa para el interior de la vida subjetiva (es reintroyectada) bajo la forma de la corrosión de una “culpa auto punitiva”, conducente al debilitamiento de toda la estructura deseante, afectiva y cognitiva de los sujetos. Necesariamente, es el aparato psíquico sadomasoquista que es estimulado: “¡dedíquese y acate todo de aquel que le ofende y es cruel con usted!” Peor: no procesándose la efectiva identificación del verdadero enemigo-agresor, la ciudadanía sucumbe bajo estas perversiones autoritarias. Este proceso relacional nos hace recordar el concepto de identificación con el agresor (Freud, A., 1978) y bajo él se esconden el origen social de la violencia contra el humano de los hombres y la matriz económica de la ordenación ético-política de la sociedad contemporánea: el conflicto de clases sociales.
Las cuestiones concretas y materiales asociadas a la supervivencia de los individuos son, entonces, apartadas para el fuero interior de cada individuo, arrinconado e intimidado. Este, no obstante, sucumbe bajo la violencia social y en esta complicidad –aunque inconscientemente– se cree ser el único gestor y responsable por la destrucción de la propia vida (culpabilidad). Amargo engaño es ser el individuo portador de autonomía, cuando ya está transformado en “máscara mortuoria” (Adorno, 1986c) y el otro se le presenta como enemigo a ser destruido y, por lo tanto, ¡incapaz de fortalecerlo en la comodidad del enlace de alteridad!
Pretendemos, entonces, recolectar algunos problemas/cuestiones que entendemos que deben ser tratados de forma crítica a partir de una preocupación inicial de lo que sea verdaderamente humano. Ciertamente no es sencillo, pero tal vez pueda ser facilitador alcanzar una perspectiva realista del hombre actual, con la mayor o menor claridad de consciencia que se pueda tener, para admitir que todos estamos viviendo inmersos en esta forma contemporánea de ser hombre e insertados en un orden social que casi obliga a todos a obedecer y adherir a ciertas falacias destruidoras del ser hombre. Si queramos, paradoxalmente, permanecernos vivos, aunque bajo mucho sufrimiento, de alguna manera, tenemos que seguir “a la bandada o quizá a la multitud de los felices sufridores”, anclados a la producción y al consumo de mercaderías.
Es, apenas, bajo alguna posibilidad de “poder alejarnos”, o sea, de no entender como definitiva esta nuestra manera de inserción social que esta perspectiva, aparentemente obvia y simple de análisis, se transforma en un importante dificultador. Ella revela/exige mucha persistencia y dedicación de quien pretenda usar de la astucia y criticidad inherentes al pensar humano para adentrar en los enredos de la sociedad de la “flexibilidad” (Sennett, 2001) y en ella identificar sus sagacidades. Esto porque, cada uno de nosotros que nos proponemos a realizar este análisis, necesitamos primero libertar nuestra consciencia de las profundas distorsiones de valores que dirigen la vida de los hombres en la actualidad, principalmente, porque imbricados en el status quo en el cual el “tener” (dinero) substituye el “ser” (hombre). Es muy difícil huir de la naturalización de estos valores que cruzan las relaciones sociales y que nos tiran a la banalización de las múltiples maledicencias y morbilidades (Arendt, 2000; Bauman, 1998; Dejours, 2000), bajo las cuales solo sobrevivimos. Peor aún, porque internalizados y fuertemente arraigados en nuestra estructura psíquica y, más aún, porque suponemos, equivocadamente, que sean tales exigencias provenientes de nuestro mundo interno. Todavía nos mutilamos más en este autocastigo (Freud, 1930/1981b) – “sentimiento inconsciente de culpabilidad”–, cuando no correspondemos a los desempeños socialmente cobrados. Cada uno y todos internalizamos y reproducimos en el cotidiano de nuestras relaciones psicosociales las diferentes características de esta violencia, aunque de forma no-intencional, sin el desear y querer, porque tal internalización se hace de forma inconsciente. Nos confundimos en esta contingencia y nos volvemos cómplices, sin poder/saber identificar la barbarie en que todos vivimos en la contemporaneidad. Bajo esta “más-represión social”, somos arrojados en la prohibición de defendernos y nos quedamos bajo los designios del “sentimiento de culpabilidad” (Freud, 1930/1981a).
¿Cómo revertir este caos? ¿Qué nuevo hombre puede volverse, verdaderamente, el agente de la FELICIDAD en una otra cultura en la cual no sea más necesario seguir vinculado a los dictámenes propuestos/ impuestos por una minoría dominante? ¿Cómo huir de la industria cultural que construye/ refuerza modelos de identificación que son apropiados por los individuos (Adorno, 1986a) y bajo la internalización de la violencia simbólica, pues son exigidos para el mantenimiento del status quo? La humanidad actual está viviendo el auge de la destrucción/ subalternización de las expectativas humanas de felicidad bajo la coerción de las reglas actuales del neoliberalismo y del individualismo exacerbado. La sociedad del dinero viene haciendo de la guerra instrumento de codicias económicas bajo la trivialización del belicismo (Alba Rico, 2007).
Es sacado de cada uno y de todos la culpa verdadera por destruir al otro hombre, en una justificativa ingenua, pero poderosa, de que es necesario eliminar al “enemigo objetivo”. Este es el “terrorista” que debe ser muerto (Arendt ápud Lafer, 1979; Chomsky, 2002) y/o aquel “enemigo de la patria” o mísero que recibe un apodo/estigma de maledicencia de una “categoría de acusación” (Velho, 1987). La destructividad entre los hombres se difunde...
Pongámonos más animados con lo que dice Bertolt Brecht (2013) para que podamos cumplir con la tarea histórica que está siendo encargada para el hombre actual, involucrado en la perspectiva de extinción de la humanidad:
Há homens que lutam um dia e são bons. Há outros que lutam um ano e são melhores, há outros que lutam muitos anos e são muito bons. Mas há os que lutam toda vida e estes são os imprescindíveis.
Es posible cambiar, aunque no sea fácil porque las fuerzas del dinero, convertidas superiores a los hombres, cruzan todos los poderes del Estado: ejecutivo, legislativo, judicial, policial y militar, esparciendo la violencia bajo la protección de estos poderes soberanos que son aliados a los grandes mandatarios del sistema capitalista. La violencia de Estado –violación de los derechos humanos– es justificada como seguridad nacional y mata o calla a aquellos que se atreven rebelarse contra el instituido socialmente. Pobres científicos-educadores: entran en la lucha y son desaparecidos/ muertos (Caniato, 1995) o pierden la esperanza de poder construir una sociedad más justa y para la Paz.
Es así que entendemos la ardua tarea de cambio por medio de una “educación emancipatoria” (Adorno, 1995): exige un análisis cuidadoso de los valores éticos-políticos que cruzan el exacerbado y arraigado individualismo que regula la construcción de las subjetividades actuales y sostiene las relaciones de simbiosis narcisista(Freud, 1921/2005a) entre los individuos bajo el mando de esta tiranía. Es terrible esta ecualización (destrucción de las individualidades y prohibición de cambio entre diferentes), bajo las cuales todos se vuelven seudos-individuos estandarizados (Adorno; Horkheimer, 1986).
Si no existe la posibilidad de cambio entre diferentes, si la alteridad es negada y escondida bajo la prohibición de manifestarse, ¿cómo aproximar a los hombres entre sí y fortalecer sus especificidades verdaderas del desear, sentir, pensar y actuar y promover el acogimiento entre los compañeros? ¿Cómo conseguir adeptos de una forma de vida que no condene más al hombre a la soledad si vivimos en una sociedad en que la inversión amorosa en el otro humano –parámetro básico para la felicidad humana– está bajo prohibición y sospecha de obscenidad (Caniato, 2003)? Tales sentimientos están desplazados para la afición a la mercadería que integra a todos en el “estilo de vida consumista”.
Es cierto que vivimos en un ethos cultural hostil al humano de los hombres, al revés de lo que debería ser, ya que la función primordial de la cultura sería la de dar PROTECCIÓN a los hombres. Sin embargo el hombre está, de hecho, expropiado de sí-mismo desde su inserción en el mundo laboral –condición sine qua non de su humanidad–(Leontiév, 1978),cuando es obligado a volverse un héroe-flexible (Caniato; Cesnik; Araújo, 2004) en la super-competición. Los puestos de trabajo están cada vez más escasos por cuenta de las nuevas organizaciones de la producción más rentables y si él no tenga dinero para consumir será tratado como incompetente o vago y, quizá, como criminal si permanezca en el empobrecimiento al que la gran mayoría está condenada, a priori y en rebeldía de cualquier esfuerzo personal. Vivir en condiciones insalubres de atención a las necesidades básicas se constituye una norma social de los excluidos, si bien sean nombrados de modo equivocado y estereotipado de “clase peligrosa” porque no pueden disfrutar de la codicia (Coimbra, 2001). El culto al dolor, al sufrimiento y al aguantar la opresióncallados es una fuerza potente de mantenimiento del conformismo y, en lo que dice Adorno (1986a), expresa el alto grado de tiranía y arbitrio a que los hombres están permitiendo someterse.
¿Cómo revertir esta exclusión/ inclusión perversa y opresiva en una sociedad que, cada vez más se consigue adeptos, a pesar de regida, ostensiva u ocultamente, por las leyes de la mentira (Caniato, 2007), con sus promesas de “vida fácil”, desde que sigamos sus dogmas hipócritas de “independencia de los individuos”, de culto al vivir sin límites y de apología del ser-solitario? El hombre está viviendo atado a una sociedad que destruyó sus potencialidades para la autodeterminación, que invade su vida íntima y la expone públicamente de forma despreciable y banalizada en nombre de una supuesta verdad del ser-transparente. ¿Una sociedad que captura la gran mayoría de incautos, regulando todos sus deseos, sentimientos y pensamientos, manteniéndolos bajo el control y la vigilancia sociales continuas (Caniato; Nascimento, 2007), que son naturalizadas por los medios de comunicación y por la propaganda (véase los reality shows, la propaganda de la seguridad en la expresión: ‘sonría usted está siendo grabado’, etc.) y que cada vez más actúan intencionadamente bajo el manto violento, pero encubierto por una supuesta seguridad?
En este breve esbozo del hombre actual se encuentran las señales de su deshumanización que están exigiendo el desarrollo de las consciencias críticas capaces de resistir y colaborar en la construcción de una educación emancipadora (Adorno, 1995) que pueda destruir los grilletes que aprisionan la violencia de esta simulación de “civilización moderna”, que de hecho se constituye en la competición/ desamparo del “sálvese quien pueda”. La sociedad actual se establece, solo, en falsos juicios de atribución de mérito delante de las conquistas de la modernidad, del consumismo y de la mercadería.
¿Cómo el individuo viene entregándose a la tiranía de las fuerzas destructivas de la inconsciencia psíquica (ser héroe, por ejemplo), sin poder contar con una autoridad interna (super yo) que lo oriente y lo proteja? ¿Cómo salir de este abandono de sí, accionar de forma narcisista la sublimación –su pensamiento crítico– en una busca sujeto de nuevas formas de relaciones entre los individuos? ¿Cómo resistir y dejar de ser vaciado de su tenaz búsqueda de felicidad, del soporte del amor en la supresión de su desamparo social –tan fuertemente evidente cuando el ser humano aún es un bebé junto asu madre– dejándose caer en la trampa social que exige de él la separación competitiva de los demás individuos (individualismo)?
La tarea de rever los fundamentos éticos-políticos en los cuales están basadas las relaciones entre los hombres ultrapasa los límites de la escuela y de la familia y envuelve a todos los científicos y profesionales de las ciencias humanas. Sabemos que las instituciones educativas, en especial la familia y la escuela, están bajo destrucción social y puestas en el ostracismo, como todos los individuos están. Sabemos que tal contingencia produce debilitamientos/ vulnerabilidades de las subjetividades –según Adorno (1986c), transformadas en “máscaras mortuorias” y “seudo-individuos”. Ciertamente, estos hombres son más fácilmente capturados por la violencia simbólica del gran agente actual de educación que son los MEDIOS, por su gran poder de difusión y formación de mentalidades. Un cambio exige la reversión de estos valores morales y de estas formas contemporáneas de vínculos colectivos para que el hombre se vuelva agente de la cultura. Urge que el hombre no se deje subordinar más a la oligarquía nefasta del dinero (Mariotti, 2000) y pueda tomar las riendas de la definición y conducción de la cultura. Mientras persista esta mentalidad que mantiene el status quo consumista, estaremos delante de la profundización de la destrucción del humano de los hombres, transformados cada uno en “máscara mortuoria”, embalsamada por el fetiche del mundo de las mercaderías. El poema “Eu Etiqueta” de Carlos Drumond de Andrade retrata claramente la perversión del culto a la exterioridad mercadológica. Veamos:
EU ETIQUETA
Em minha calça está grudado um nome
que não é meu de batismo ou de cartório, um nome... estranho.
Meu blusão traz lembrete de bebida que jamais pus na boca, nesta vida.
Em minha camiseta, a marca de cigarro que não fumo, até hoje não fumei.
Minhas meias falam de produto que nunca experimentei
mas são comunicados a meus pés.
Meu tênis é proclama colorido de alguma coisa não provada
por este provador de longa idade.
Meu lenço, meu relógio, meu chaveiro,
minha gravata e cinto e escova e pente, meu copo, minha xícara,
minha toalha de banho e sabonete, meu isso e meu aquilo,
desde a cabeça ao bico dos sapatos, são mensagens,
letras falantes, gritos visuais, ordens de uso, abuso, reincidência,
costume, hábito, premência, indispensabilidade,
e fazem de mim homem-anúncio itinerante,
escravo da matéria anunciada
Estou, estou na moda.
É doce estar na moda, ainda que a moda, seja negar a minha identidade,
trocá-la por mil, açambarcando todas as marcas registradas,
todos os logotipos do mercado.
Com que inocência demito-me de ser eu que antes era e me sabia
tão diverso de outros, tão mim-mesmo, ser pensante, sentinte e solitário
com outros seres diversos e conscientes de sua humana, invencível condição.
Agora sou anúncio, ora vulgar, ora bizarro,
em língua nacional ou qualquer língua (qualquer principalmente)
E nisto me comprazo, tiro glória da minha anulação.
Não sou –vê lá– anúncio contratado. Eu é que mimosamente pago
para anunciar, para vender em bares, festas, praias, pérgulas, piscinas
e bem à vista exibo esta etiqueta global no corpo que desiste
de ser veste e sandália de uma essência viva, independente,
que moda ou suborno algum a compromete.
Onde terei jogado fora meu gosto e capacidade de escolher,
minhas idiossincrasias tão pessoais, tão minhas que no rosto se espelhavam,
e cada gesto, cada olhar, cada vinco de roupa resumia uma estética?
Hoje sou costurado, sou tecido, sou gravado de forma universal,
saio da estamparia, não de casa, da vitrine me tiram e recolocam,
objeto pulsante, mas objeto que se oferece como signo de outros
objetos estáticos, tarifados.
Por me ostentar assim, tão orgulhoso de ser não eu, mas artigo industrial,
peço que meu nome retifiquem. Já não me convém o título de homem,
meu nome é coisa.
Eu sou a coisa, coisamente.
La socialización en la contemporaneidad aún no permite el respeto al humano de los hombres y su comprometimiento en la cooperación/construcción de identidades diferenciadas como alteridades singulares. Se hace necesario evitar lasquerellas acusatorias que vienen pervirtiendo y debilitando cada vez más la relación familia-escuela, y, consecuentemente, la posibilidad de ejercicio de autoridad de padres y profesores con sus hijos/alumnos. De hecho, deberían estar mejor analizadas las diferencias que distinguen los roles socio-educativos de estas dos instituciones, mejor delimitados sus ámbitos específicos de acción. ¡No podemos, para humanizar la educación, deshumanizar a los educadores, cobrándoles lo que ultrapasa su papel social específico y sus límites personales! Quizá, los educadores puedan conducir el proceso enseñanza-aprendizaje bajo las relaciones armoniosas en que ellos vengan a ser un referencial para los alumnos y que la familia pueda, tal vez, recuperar su locus privilegiado de canalizador de la construcción de la integridad/autoridad individual y de protección social de sus miembros (Adorno, 1993).
¿En qué lugar de la cultura encontrar las tradiciones y los referenciales –que están en disolución– (Tenzer, 1991) que puedan garantizar un soporte estable para el proceso de individuación de cada uno y de su inserción en un colectivo protector? Urge la imposición de un límite protector a los niños y adolescentes a fin de poder “contener y valorar sus opositores internos como una fuente edificante de energía y creatividad” –sus agresividades integradoras (Figueiredo, 1998, p. 62), regidas por el mundo de la VIDA– que, ciertamente, los construirán hombres con la fuerza integradora capaz de superar las actuales vivencias de los individuos atados a vínculos auto punitivos y de carácter sadomasoquistas (Freud, 1930/1981b, 1921/2005b).
¿Cuáles son los nuevos principios éticos-políticos que deben sustituir esta deshumanización de los individuos, cuando las relaciones entre los hombres están regidas por las leyes del dinero y de la mercadería que se concretizan en la práctica del “sálvese quien pueda”, “no me importa un pelo”, “no quiero ni saberlo” y otras más tan destructivas de los individuos y de sus relaciones en sociedad? Son muchas las preguntas que necesitan ser contestadas...
La proclamación que sigue abajo es un apelo de lucha y una constatación de que algún cambio ya viene surgiendo como posible. Sigamos lo que, entre otros, nos habla Ignacio Ramonet (2004, p.1, subrayado nuestro) en su texto RESISTENCIA:
Resistir é dizer não. Não ao desprezo. Não à arrogância. Não ao esmagamento econômico. Não aos novos senhores do mundo. Não ao poder financeiro. Não ao G8. Não ao ‘consenso de Washington’. Não ao mercado totalitário. Não ao livre-câmbio integral. Não ao domínio do ‘Pôquer do Mal’ (Banco Mundial, FMI, OCDE e OMC). Não ao hiperprodutivismo. Não aos transgênicos. Não às constantes privatizações. Não à extensão irresistível do setor privado. Não à exclusão. Não à discriminação sexual. Não à regressão social. Não ao desmantelamento da previdência social. Não à pobreza. Não às desigualdades. Não ao esquecimento do Hemisfério Sul. Não à morte de 30 mil crianças pobres diariamente. Não à destruição do meio ambiente. Não à hegemonia militar de uma única hiperpotência. Não à guerra preventiva. Não às guerras de invasão. Não ao terrorismo. Não aos atentados contra a população civil. Não a todos os racismos. Não ao anti-semitismo. Não à islamofobia. Não à paranóia da segurança. Não à vigilância generalizada. Não ao policiamento das ideias. Não à degradação cultural. Não às novas formas de censura. Não aos meios de comunicação mentirosos. Não à mídia que nos manipula.
Resistir é também poder dizer sim. Sim à solidariedade entre os seis bilhões de habitantes do nosso planeta. Sim aos direitos da mulher. Sim a uma ONU renovada. Sim a um novo Plano Marshall para ajudar a África. Sim a erradicação definitiva do analfabetismo. Sim a uma ofensiva internacional contra a desigualdade de acesso à informação digital. Sim a uma moratória internacional em favor da preservação da água potável. Sim aos medicamentos genéricos para todo o mundo. Sim a uma ação decisiva contra a AIDS. Sim à preservação das culturas minoritárias. Sim aos direitos dos indígenas. Sim à justiça social e econômica. Sim a uma Europa mais social e menos mercantil. Sim ao consenso de Porto Alegre. Sim a uma Taxa Tobin para ajudar os cidadãos. Sim a um imposto sobre a venda de armas. Sim à suspensão da dívida externa dos países pobres. Sim à proibição de paraísos fiscais.
Resistir é sonhar que outro mundo é possível. E contribuir para construí-lo.
En resumen: el hombre está viviendo en una sociedad que lo transformó en basura y en “vida desperdiciada” las criaturas humanas y sus ideales (Bauman, 2005). Para ello, la sociedad se utiliza de diferentes y poderosas estrategias de violencia condecentes con la fragilidad de los individuos y con la destrucción de vínculos solidarios en las relaciones colectivas (Bauman, 2004).
Esta es una tarea ardua que pide la colaboración de profesionales comprometidos con la felicidad de los hombres, de una otra educación, de una otra escuela y de una otra familia. La amplitud del cambio exige la participación de muchos otros niveles de la vida en sociedad.
No obstante, son pocos los intelectuales de la Psicoanálisis y de la Psicología –por lo menos en Brasil– que no miren con desprecio para los análisis de esta naturaleza. Ajenos a lo que pasa en su alrededor (visión de avestruz), algunos incluso se ofenden cuando, de lo alto de sus sabidurías omnipotentes, son sorprendidos en flagrante en la invasión inmanentista del otro en el cotidiano de sus prácticas profesionales. Absorbidos en las ideologías que impregnan la ciencia que teorizan y resguardados por la supuesta neutralidad de sus prácticas, actúan de forma intimista y llevan atropelladamente a sus clientes-víctimas a aceptar, adaptarse y conformarse al modus-vivendi hostil del ethos cultural de la llamada modernidad, culpabilizándolos/patologizándolos. Veamos lo que nos hablan Sylvia Leser de Mello y Maria Helena S. Patto sobre esto en el artículo-denuncia “¿Psicología de la Violencia o Violencia de la Psicología?”:
Sin el entendimiento riguroso y bien fundamentado de lo que se pasa en la subjetividad y en las relaciones intersubjetivas en una sociedad concreta, y sin la consciencia de la inmensa responsabilidad de estas prácticas, estos profesionales pueden lesionar derechos fundamentales de las personas y, en el límite, colaborar para la negación de su derecho a la vida. Un psicólogo que no adquiera la capacidad de pensar el propio pensamiento de la ciencia que practica –o sea, de reflexionar sobre la dimensión epistemológica y ética del conocimiento que ella produce– ciertamente sumará in[con]sciente, con el prejuicio delirante, la opresión, el genocidio y la tortura (Mello; Patto, 2008, p. 594, subrayado nuestro).
Prefiero quedarme atenta a la duda creadora que con la seguridad ciega, teniendo la humildad como compañera, para poder errar y vivir por tener lo que preguntar y corregir. En este momento, la discusión epistemológica de la inmanencia versus heteronomía se vuelve una cuestión ética. Me uno a Luiz Claudio Figueiredo (1995) para oír lo que él está reflexionando:
La clínica se define, por lo tanto, por un dado ethos: en otras palabras, lo que define la clínica psicológica como clínica es su ética. [...] Tal vez el clínico sea la escucha que nuestro tiempo necesita para oír a sí mismo en que le faltan palabras. Si así sea, serán otros los patrones éticos a que deberíamos contestar y la ética de la ‘defensa del consumo’ estaría aquí completamente desplazada (Figueiredo, 1995, p. 40, subrayado nuestro).
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