LA RELEVANCIA DE LA CULTURA PARA EL ANÁLISIS HISTÓRICO DE LA PSICOLOGÍA EN PARAGUAY
José E. García
Universidad Católica, Asunción, Paraguay
Resumen
El estudio de los fenómenos psicológicos se encuentra indisolublemente asociado a la cultura. Los primeros textos abocados a la reconstrucción temporal de la ciencia psicológica, concebidos a comienzos del siglo xx, colocaron un énfasis predominante sobre la investigación europea y estadounidense. Durante las décadas posteriores, el interés por explorar los orígenes y el desarrollo del conocimiento psicológico en diversos contextos nacionales y geográficos fue obteniendo una preeminencia cada vez mayor. Con ello, la centralidad de la cultura y las tradiciones locales, así como los aspectos étnicos insertos en cada entidad nacional, demostraron su verdadera importancia, lo mismo que la relevancia de las variables sociales entendidas como factores modeladores de primer orden para el logro del conocimiento. No obstante, el modo preciso en que la cultura ejerce su influencia sobre la evolución de la psicología ha sido poco estudiado. En el caso específico del Paraguay, que se caracteriza por una estructura multicultural diversa, tales aspectos se convierten en esenciales para los procesos de construcción del conocimiento, en especialel psicológico. Con base en tales consideraciones, este artículo explora los diversos escenarios culturales que caracterizaron a la psicología paraguaya en su formación histórica, con atención preferente hacia aquéllos que marcaron una diferencia cualitativa en comparación a los procesos seguidos en otros países. El artículo es de corte teórico y argumentativo y parte de un análisis de las fuentes primarias y secundarias relevantes al tema. Se concluye con algunas observaciones que podrían resultar útiles para orientar la investigación futura de los nexos entre la cultura y la historia de la psicología.
Palabras clave: Cultura; Historia de la Psicología; Psicología en Paraguay; Diversidad étnica; Entorno y comportamiento.
Abstract
Research of psychological phenomena is inextricably associated with culture. The first texts devoted to the temporary reconstruction of psychological science, that were conceived at the beginning of the 20th century, placed a predominant emphasis on European and American research. During subsequent decades, interest in exploring the origins and development of psychological knowledge in diverse national and geographic contexts gained increasing prominence. With this, the centrality of culture and local traditions, as well as the ethnic aspects inserted in each national entity, demonstrated their true importance, as well as the relevance of social variables understood as modeling factors of the first order for the achievement of knowledge. However, the precise way in which culture exerts its influence on the evolution of psychology has been little studied. In the specific case of Paraguay, which is characterized by having a diverse multicultural structure, such aspects become essential for the processes of knowledge construction, especially the psychological one. Based on such consideration, this article explores the various cultural scenarios that characterized Paraguayan psychology in its historical formation, with preferential attention to those that marked a qualitative difference compared to the processes followed in other countries. The article has a theoretical and argumentative nature and is based on an analysis of the primary and secondary sources relevant to the subject. It concludes with some observations that could be useful to guide future research on the links between culture and the history of psychology.
Key words: Culture; History of Psychology; Psychology in Paraguay; Ethnic diversity; Environment and behavior.
Presupuestos básicos en la historia de la psicología
Los estudios históricos que se orientan al desarrollo temporal de la psicología y su recorrido conceptual asumen determinados presupuestos teóricos que, pese a su relevancia, no siempre se definen, explicitan o analizan con la claridad deseable en lo que atañe a sus verdaderos y reales alcances. Los recuentos iniciales que concernían directamente a la evolución de teorías y autores fueron publicados durante las primeras décadas del siglo xx y constituyeron un grupo de obras de carácter muy informado y erudito (Baldwin, 1913; Boring, 1929; Brett, 1912-1921; Heidbreder, 1933; Klemm, 1914; Murphy, 1929). En su estructura formal, aquéllos textos adoptaban un hilo expositivo muy lineal que daba inicio con una presentación de las primeras manifestaciones del pensamiento psicológico implícitas en las producciones de la filosofía antigua, prosiguiendo después hasta el tiempo en que la psicología logró su autonomía como ciencia, evento que se ubica en la segunda mitad del siglo xix. En general, dichos libros asumían una secuenciación cronológica como la siguiente: La psicología inició su discurrir al interior de la filosofía. Los pensadores griegos clásicos, como Pitágoras (c. 569 a.C.-c. 475 a.C.) , Platón (c. 427 a.C.-347 a.C.) y Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.) fueron los primeros en ocuparse del tratamiento sistemático de los asuntos psicológicos, aunque sus observaciones se hallaban imbuidas en un marco especulativo. Tras el florecimiento conceptual griego y su posterior decadencia, sobrevino la etapa romana, y poco después el cristianismo, para luego ingresar a la prolongada Edad Media, un tiempo que ha sido poco atendido en la historia de la psicología (Henley y Thorne, 2005), por considerárselo sombrío y poco digno de interés. En este último período, los avances no es que fueran inexistentes, aunque sí algo limitados. Por ejemplo, Hergenhahn y Henley (2013) afirman que, con pocas excepciones, las centurias medievales atestiguaron escasos progresos en la ciencia, la filosofía y la literatura, en tanto Greenwood (2009) opina que las visiones hostiles a la ciencia y las actitudes perseguidoras hacia los científicos que se presumen típicas de la época, aunque encierran algo de verdad, conservan también mucho de caricaturesco. Estos puntos de vista son comprensibles, habida cuenta la dominancia que alcanzó el cristianismo como religión en toda Europa (Benjafield, 2015). Desafiando este punto de vista muy extendido, Henley y Thorne (2005) rescataron a algunas de las figuras que realizaron avances para la psicología durante estos años y evaluaron su relevancia. Rizet (2021), por su parte, opina que la Edad Media no es precisamente esa etapa oscura como desde hace tiempo es caracterizada, sino un período tanto más rico y complejo cuanto más largo es.
Cuando las naciones europeas ingresaron al Renacimiento, los modelos griegos preexistentes reactivaron su vigencia. De esta forma, quedó superada la dependencia intelectual respecto a los moldes escolásticos que caracterizaron el medioevo. Igual que en las etapas anteriores, la psicología continuó su paulatina evolución al interior de la filosofía, representada en los modelos de autores muy influyentes como Rene Descartes (1596-1650) (Boer, 2019; Clarke, 2003; Rozemond, 1998), John Locke (1632-1704) (Anstey, 2003) o Immanuel Kant (1724-1804) (Kitcher, 1990). Ellos, sumados a los autores griegos de épocas anteriores, sentaron posiciones filosóficas que resultaron muy determinantes en el curso histórico de la psicología, como el dualismo, el innatismo, el monismo filosófico y el empirismo, o la reivindicación del medio ambiente como el principal mediador del aprendizaje, tendencias que fueron metaforizadas como brechas en la historia del pensamiento (García, 2015). En 1879, tras la fundación del emblemático laboratorio experimental que Wilhelm Wundt (1832-1920) instaló en la Universidad de Leipzig, Alemania, la psicología ingresó de lleno a su etapa actual. Debido a esto, la fundación de aquél laboratorio terminó asumiéndose, de manera casi universal, como la frontera o la separación definitiva entre dos lapsos centrales: el de la psicología precientífica y el de la psicología científica y, sobre todo, experimental.
Esta perspectiva, aunque perfectible, no debe estimarse como necesariamente despreciable o errónea. En muchos sentidos, de hecho, continúa siendo la más práctica, sencilla y didáctica manera de dividir etapas o períodos en el curso temporal seguido por la psicología. Asimismo, esta visión permite una mayor comprensibilidad de las características singulares que acompañaron al proceso. Pero existen, no obstante, ciertos aspectos muy específicos que requieren ser puestos en claro y sometidos a crítica. Primero que nada, hay que reconocer que se trata de una reconstrucción sesgada con fuerza hacia la cultura dominante en unas cuantas naciones europeas, ya sea clásicas o modernas, así como de los Estados Unidos, que se yerguen como generadores y representativos del contenido básico y esencial que corresponde a la psicología. Esta condición vuelve susceptible de algunos reparos a esta visión de nuestra ciencia. Fue el historiador de la psicología Kurt Danziger quien llamó la atención respecto a la posibilidad de identificar sistemas de pensamiento que podrían considerarse como equivalentes a los estudios de la mente y el comportamiento de Occidente (Danziger, 1997), aunque originados en otras culturas que sustentan ideas y principios que a la par tienen el potencial de considerarse como psicológicos en un sentido amplio, aunque provengan de entornos intelectuales disímiles y que no se encuentren precisamente bajo la égida predominante de la tradición griega clásica-europea-estadounidense.
En otras partes del globo, como el mundo árabe (Ahmed, 1992) y la India, por ejemplo, los psicólogos comenzaron a explorar, desde hace algunas décadas, la posibilidad de una integración efectiva entre los preceptos y descubrimientos provenientes de la psicología occidental con los conceptos que son propios y característicos de sus respectivas culturas. Estas indagaciones incluyen, a veces, una valoración de los contenidos de las creencias religiosas típicas del país. Es indudable que esta forma de comparación no debe llevar necesariamente a una confrontación de constructos, sino a la posibilidad cierta y real de armonización de conocimientos, en aquéllos aspectos que resulten compatibles, que desde luego no abarcará todos los elementos que se encuentren presentes. Innecesario es decir que este propósito no siempre ha de resultar sencillo de lograr. De hecho, la creencia de que los contenidos de la psicología deberían estimarse como universales, entendidos como atributos mentales centrales compartidos por los humanos en todas partes (Norenzayan y Heine, 2005), se asume con asiduidad en las discusiones psicológicas, y cualquier problematización o cuestionamiento sobre su veracidad han sido raros e infrecuentes. Brock (2016) indica que esta idea tiende a operar como uno de los supuestos tácitos en el campo.
Resulta innegable que los avances de la psicología en su etapa científica se produjeron con mayor rapidez, extensión y profundidad en las naciones europeas y los Estados Unidos. Una elevada proporción de las teorías que hoy configuran el perfil científico de la disciplina fueron engendradas en esos países, así como el grueso de la investigación básica y las innovaciones que surgen como aplicaciones destinadas al comportamiento. Pretender negarlo y buscar alguna sustitución de ellas con otro tipo de conocimiento real o presunto, emanado de otros contextos y regiones del mundo, y no de necesidad basado en una metodología rigurosa, podría parecer insensato, e incluso un error. Aunque nuestra afirmación tampoco implica desmerecer cuanto haya sido investigado científicamente fuera del primer mundo, o negar la validez de alguna clase de presupuesto teórico basado en diferentes tradiciones locales. Lo que se cuestiona no es la aceptación de este obvio reconocimiento, sino el suponer que las teorías y descubrimientos originados en el primer mundo deban considerarse, invariablemente, como explicaciones absolutamente válidas e igual de efectivas para cualquier comunidad cultural, fuera de aquéllas sociedades concretas en que ese conocimiento se produjo alguna vez, y sin considerar necesaria la búsqueda de alguna forma de adaptación al nuevo entorno receptor que las recibe. Sería igual a conjeturar que la psicología europeo-estadounidense es la que constituye la mejor descripción disponible para el comportamiento de cualquier habitante del planeta, y que las variaciones que se originan en los entornos culturales alejados del centro carece de real importancia, o resultan simplemente una contingencia marginal y prescindible.
En realidad, la hegemonía cultural de la psicología europea y estadounidense, así como las inconveniencias que acarrea esta condición para una adecuada generalización del conocimiento sobre la mente y el comportamiento, fue reconocida por investigadores de distintas áreas desde hace varias décadas. No es un descubrimiento nuevo. De hecho, esa constatación se manifestó en varios ámbitos de la psicología a lo largo de su evolución conceptual, primero en la adopción de los tests libres de cultura, que buscaban reducir el impacto del medio educativo y académico estadounidense sobre las mediciones psicológicas realizadas en otros contextos geográficos, y más tarde, en el desarrollo de áreas de investigación que se volvieron muy robustas con el tiempo, máxime la psicología intercultural y los estudios comparativos sobre el desarrollo cognitivo y la personalidad a través de muestras tomadas en diversas naciones (Shiraev y Levy, 2004; van de Vijver, Chasiotis y Breugelmans, 2011). En los textos de historia de la psicología que se encuentran en uso hoy, sin embargo, la impresión que se transmite sigue siendo la de una preeminencia casi absoluta de la psicología europea y estadounidense, aunque debe apuntarse que algunos autores reconocen explícitamente tal limitación, intentando el cruce desde una historia de la psicología hacia unas historias de las psicologías (Pickren, 2012). Esto nos lleva a constatar que el problema, aunque bien planteado en la teoría, no ha sido subsanado por completo en la práctica.
De este modo, se comprende la relevancia de una discusión centrada en los problemas relacionados a la concepción y evolución de las teorías psicológicas en general, aunque éstas pudiesen estar referidas a un caso particular y específico, como es el de la psicología en el Paraguay. Si optamos por permanecer en un plano más general, notamos que la psicología goza de una tradición muy rica en América Latina, sedimentada en varios siglos de reflexión teórica, que arranca con la enseñanza en algunas de las universidades más antiguas del continente (Ardila, 1986). En numerosos países, los contenidos y producción discursiva se imbrican con claridad con las corrientes intelectuales que surgieron en el ambiente cultural de la colonia. Igualmente, la psicología en el Paraguay encuentra sus antecedentes más remotos en la educación que se impartía en los establecimientos coloniales dedicados a la enseñanza del clero. Evolucionó luego, a través de una secuencia que comprende varias etapas diferentes, hasta la ciencia concebida en términos modernos que visualizamos en la actualidad. Varios artículos y capítulos de libros centran su atención en esta evolución conceptual (García, 2009, 2014a, 2016a). Incluso algunos son en especial receptivos a la incidencia de la cultura local en la configuración de los problemas de reflexión e investigación surgidos, así como en las características inherentes a la teorización psicológica (García, 2021). Otros trabajos plantearon la posibilidad de instaurar un campo de investigación y enseñanza de la historia de la psicología paraguaya como temática diferenciada (García, 2011a, 2011b), explorando lo que tiene de semejante con las demás naciones del continente y del resto del mundo, pero también lo que pueda exhibir como rasgos particulares, los cuales, de existir, serían atribuibles esencialmente a la predominancia del medio cultural. Algo semejante podría hacerse también en referencia a la psicología de cualquier otro país.
En consecuencia, los objetivos centrales que dirigen este artículo son: a) establecer el marco de fondo para el surgimiento de los estudios históricos de la psicología como disciplina y los presupuestos intelectuales que los sostienen; b) analizar el concepto de “cultura” en algunas de las facetas más características que le conciernen, c) determinar cuáles son los aspectos más resaltantes que surgen en la relación de la cultura con los estudios sobre la evolución de la psicología, y d) identificar aspectos y condiciones propios de la cultura y de la historia paraguaya que pudieran representar variantes locales, y que hayan incidido en el modelamiento de la psicología a través del tiempo. El enfoque del artículo es teórico y argumentativo, fundamentándose en una revisión de fuentes primarias y secundarias relevantes al problema bajo estudio. En la sección siguiente, se establece un panorama amplio para ubicar a la historia de la psicología en su estrecha vinculación con la cultura.
Escenarios para un contexto más comprensivo
Los primeros libros que se ocuparon de una reconstrucción sistemática de los eventos y procesos por los que ha cruzado la psicología en los diferentes países donde se constituyó en una ciencia y una profesión, enfocaron el tratamiento de sus temas como si las teorías se hubieran desarrollado en una suerte de vacío atemporal. Aquéllos trabajos exponían sus contenidos con bastante prescindencia de los factores culturales que los condicionan y explican su diversidad o, en el mejor de los casos, haciendo una alusión mínima a ellos. Esta forma de escribir la historia del conocimiento psicológico tiene su indudable valor e importancia, pues más allá de cualquier contextualización que se intente dar a una disciplina dentro del marco temporal y social en que se origina y desarrolla, siempre quedará pendiente descubrir el sustrato esencial del que se nutre. Y este se halla conformado por los conceptos, las reflexiones, las teorías y la investigación que sustentan el interés y los productos intelectuales que los autores de diferente tipo y extracción tendrán que elaborar con el fin de alcanzar una explicación amplia de los diversos fenómenos catalogables como psicológicos. Quienes toman la decisión final de a cuáles tipos de fenómenos cabría considerar como tales y a qué otros deberían corresponderles una categorización diferente, por ejemplo, aquéllos que deban concebirse como eventos biológicos o fisiológicos, es finalmente la comunidad de investigadores que trabaja en torno a determinados problemas, generando sus respectivos análisis para conferirles alguna forma de racionalidad interpretativa.
Asumir este postulado no significa, sin embargo, la aceptación de que el conocimiento científico no sea otra cosa que una mera construcción social, como mantienen determinadas corrientes filosóficas que también marcaron su paso en la construcción discursiva de la psicología (Durkheim, 1997). Generalmente, las teorías afines a ese punto de vista asumen que cualquier apelación a una realidad objetiva e independiente es, de alguna manera, ingenua, por lo que sustentan casi toda la explicación sobre el origen de las creaciones sociales en la subjetividad individual o colectiva, debilitando cualquier recurso a una realidad autónoma (Galbin, 2014). Pero lo que este posicionamiento en verdad hace es remarcar el peso que arrastra la comunidad de investigadores para la formulación –explícita las más de las veces, pero también implícita en ocasiones– de los límites dentro de los cuales es factible reconocer la existencia de una determinada disciplina y su demarcación como entidad autónoma. Con ello, también recibe legitimidad como un caso específico en el marco de la ciencia, ya sea que se formulen en términos de paradigmas kuhnianos, estipulando los mecanismos que entran en acción para su respectiva sustitución (Kuhn, 1970), o bien racimos de conceptos, teorías en competencia (Lakatos, 1987) o tradiciones de investigación (Laudan, 1978). La comunidad científica, que de esta manera extiende su alcance hasta abarcar a otros actores prioritarios como los profesores universitarios, los estudiantes, los editores de revistas y libros y los autores de artículos, capítulos y obras especializadas, fijan los contornos dentro de los cuales se desarrolla una disciplina reconocida como tal. También delimitan el espacio en el que puede realizarse la discusión de un determinado tipo de ideas y su consecuente asimilación como pertenecientes a un campo singular de la actividad conceptual.
La historia de la psicología es un ejemplo de esta clase de aproximación que prioriza la comparación y discusión de los componentes conceptuales de las teorías. Se asume que un estudio detenido de estas ayuda a comprender la función que les corresponde como orientadoras de los cambios y la evolución que acaecen al interior de nuestra disciplina, todo lo cual posee una gran importancia explicativa. A esta clase de enfoque se la considera una historia de las ideas psicológicas (Carpintero, 1996). Es indudable que una parte significativa de los estudios realizados en el contexto de la psicología latinoamericana, ya sea globalmente considerada o en referencia a los estudios que se circunscriben a regiones o países específicos, se enmarcan dentro de esta categoría. Desde luego, las historias de las teorías psicológicas tienen ganado un lugar de preeminencia y su importancia es indubitable. No podría ser de otra manera, dado que el análisis de los elementos teoréticos que conforman cada orientación establece la base para cualquier discusión seria. A menos, desde luego, que se prescinda de la noción de que la psicología es un campo básico de conocimientos y decidamos atender sólo a las facetas más cotidianas y socialmente visibles. En este caso, dejaríamos a un lado cuanto atañe a su aspecto académico y de enseñanza, y hasta el más concreto y conocido de la práctica regular de la profesión. Incluso, algunos de los libros que se han considerado como muestras de aquélla orientación de cuño más teórico, como es el caso de la famosa Historia de la Psicología Experimental de Edwin G. Boring (1886-1968) (Boring, 1929), reservaron un espacio importante para la discusión de, al menos, las condiciones sociales y las circunstancias personales que vivieron los protagonistas más destacados de su historia.
En nuestros días, la historiografía de la psicología se direcciona hacia parámetros más amplios y variados de análisis, tanto en sus aspectos conceptuales como en los metodológicos (García, 2018a). Como regla general, los historiadores buscan conocer no sólo las semejanzas, diferencias o eventuales superposiciones que las afecten en su dimensión de construcciones teóricas. También procuran asomarse hacia una concepción que tome en cuenta la incidencia de los factores sociales, políticos, económicos o culturales que condicionan fuertemenre a la psicología y hacia los cuales, a su vez, ésta ejerce influencias decisivas, como parte de una continua e inacabada retroalimentación. En tal sentido, la producción de una historia cultural de la psicología constituye un considerable desafío que apunta a explicar, en forma integral y realista, cuáles eventos, tradiciones locales y condiciones materiales e intelectuales hacen que nuestra ciencia, en una determinada región o país, se desarrolle en una forma característica, y que, además, sea explicable y entendible con claridad. En especial, cuando se aspira a descubrir alguna forma de dinámica comparativa entre la psicología, tal como se presenta en un sitio y un tiempo histórico determinados, y sus semejanzas o diferencias con los contextos nacionales vecinos o los más lejanos a nuestra situación, y por ello, sujetos a una divergencia aún mayor.
Es una tarea bastante compleja, para la cual se requieren no sólo de investigación de fuentes y elaboraciones conceptuales que son típicas del historiador profesional, sino también estudios empíricos que contribuyan a una mejor clarificación de todas las variables involucradas. Esta es la lógica que persigue este artículo, cuando se propone identificar los elementos que serían pertinentes en una historia cultural de la psicología en el Paraguay. A nivel conceptual y metodológico, se fundamenta sobre avances parciales reportados en publicaciones previas que se enfocaron sobre las ideas psicológicas y cuestiones atinentes a una historia social de la psicología, tal como se ha desarrollado en este país. La intención de fondo es identificar, siempre que ello sea posible, los aspectos resaltantes que provienen del medio cultural local y que podrían explicar el que la psicología paraguaya, en particular, adquiriera características singulares que la vuelven un objeto particular y único de exploración. Hacia este propósito nos dirigimos en las dos secciones siguientes.
La cultura como un componente
De manera muy simplificada e intuitiva, la cultura es conceptualizable como todo lo que resulta extragenético (Ferrater Mora, 1979). Esto implica que, cuanto proviene del ambiente exterior y posee la capacidad de modificar diversos aspectos del comportamiento, podría ser calificado con el rótulo de “cultural”. Habría que agregar, además, aquello que no se halla codificado y contenido en nuestros genes. Sin embargo, el problema de distinguir lo que es asignable como un elemento cultural o aprendido, y su diferenciación de lo que es innato o congénito, dista mucho de ser un asunto simple y directo (Sternberg y Grigorenko, 1997). Por el contrario, su esclarecimiento se halla rodeado de numerosos escollos conceptuales. La discusión entre lo innato y lo aprendido, de hecho, es uno de los capítulos recurrentes en la historia de la psicología (Pléh, 2012; Yee, 1995), al menos desde los tiempos del psicólogo inglés Francis Galton (1822-1911) (Bulmer, 2003, Ruiz Gutiérrez y Suárez y López Guazo, 2002). El problema ha generado polémicas de variados matices a lo largo de los últimos siglos, que no se hallan completamente resueltas. Causadias y Korous (2018) señalan que la relación entre genética y cultura constituye uno de los casos más documentados en lo que concierne a la interacción de la cultura y la biología en el contexto de las ciencias naturales, pero uno de los menos entendidos y estudiados de interdependencia entre cultura y biología en las ciencias del comportamiento. Posiblemente, la psicología evolucionista haya sido una de las orientaciones teoréticas que con mayor fuerza logró reposar las explicaciones del comportamiento sobre los aspectos hereditarios (Tooby y Cosmides, 1992), aunque sin descuidar nunca el papel modelador que le cabe al medio ambiente (Al-Shawaf, Lewis, Wehbe y Buss, 2019). La evolución cultural, que es la resultante de un proceso de variación y retención selectiva, constituye una forma de cambio evolutivo, pese a lo cual, los científicos sociales no han asimilado la lógica del proceso en todos sus aspectos principales ni tomado en serio a esta perspectiva (Dutton y Heath, 2010). Pero más allá de esta peculiar dimensión y por más importante que ella sea, parece innegable que el concepto de cultura se utiliza tanto en el sentido más técnico que corresponde a las ciencias particulares, como también en los usos y recursos del lenguaje popular y coloquial, quizás menos elaborados operacionalmente, pero no por ello, menos remarcables. Y es justo en este último contexto donde la persistencia que suponen la ambigüedad y la variedad de significados que se asocian al uso corriente de este vocablo se tornan más agudos y urgentes de clarificar.
La diversidad de significados que pueden relacionarse a un mismo término no es asunto sencillo de resolver. Tampoco representa un problema único y privativo de la psicología. De hecho, los antropólogos estudiaron la cultura como si se tratara de un fenómeno sui generis, esto es, un constructo autogenerado y en posesión de sus propias reglas y objetivos, los cuales se suponía que estaban fuera del ámbito que concierne a la psicología (Lindholm, 2007). También, Matsumoto y Juang (2003) señalaron que las alusiones comunes a la cultura, asumida como un concepto que se utiliza de manera muy flexible en la jerga popular e incluso entre algunos psicólogos, puede referirse a cuestiones que surgen en contextos diversos, como la raza, la nacionalidad o la etnicidad. Muchas veces, estos significados se emplean de manera intercambiable con el de la cultura y de un modo poco cuidadoso. Representan un buen ejemplo de lo que se denomina polisemia o la diversidad de significados que envuelven a un mismo término (Zabotkina y Boyarskaya, 2013), causando una afectación directa sobre el pensamiento (Quilty-Dunn, 2021). La frecuente superposición entre los diferentes significados y los distintos aspectos que se hallan denotados por tales variantes en la utilización social de las palabras es innegable, desde luego, y sería un despropósito negar su presencia en nuestro hablar cotidiano.
El aspecto más problemático se origina cuando asumimos que los significados son plenamente intercambiables entre sí. Dicha circunstancia se debe no sólo a las características que posee el lenguaje en cuanto tal, sino a la complejidad inherente que reviste el comportamiento humano. Este, al encontrarse sujeto a tal infinidad de variables concomitantes, hace que resulte muy trabajoso separarlas todas para ser estudiadas una por vez, en una forma análoga a como se podría diseccionar un tejido animal en un laboratorio de fisiología. La consecuencia más obvia es que, al ser analizadas al mismo tiempo, las connotaciones lingüísticas y las variables intervinientes se solapan en formas que transmiten la impresión de estar presentes en la descripción de todos los fenómenos, con la misma intensidad o fuerza. Con la incidencia que los diversos factores relacionados a la cultura tienen sobre el comportamiento, ocurre exactamente eso. De manera muy pertinente, Keller (2012) apunta que, en el ámbito de la psicología intercultural, el fenómeno de la cultura es caracterizado con frecuencia como un factor que existe fuera del individuo, es decir, una entidad susceptible de ser concebida como un antecedente o variable independiente del comportamiento. De este modo, y a través de la comparación de diferentes culturas, se podrían explicar y predecir las diferentes manifestaciones que tienen los fenómenos psicológicos. En un sentido diferente, también se ha manipulado a la cultura como variable independiente, pero con la finalidad, esencial, de demostrar su inexistencia. Esto permitiría corroborar la presunta naturaleza universal de los seres humanos y sus respectivas leyes psicológicas. Como ha escrito Valsiner (2012) en forma metafórica, cuando dos gigantes tienen un encuentro fortuito nunca se sabe con exactitud lo que va a ocurrir. La reunión puede convertirse en una batalla abierta o, en cambio, unir amablemente sus fuerzas y vivir felices para siempre. Este tipo de final feliz no ha sido la regla en la historia de la investigación cultural del comportamiento. Es un campo donde los desencuentros han sido más frecuentes que las alianzas.
Por otra parte, el término cultura se ha usado en una forma que parecía intercambiable con el de civilización, sobre todo en ocasión de las primeras discusiones que se dieron en los comienzos de la antropología como ciencia. Más tarde, sin embargo, estos significados comenzaron a vislumbrarse como divergentes en muchos sentidos (Hammersley, 2019). En las primeras décadas del siglo xx, Goldenweiser (1933) analizó el problema, concordando en que existe una peculiar relación entre cultura y psicología, que puede diferenciarse en dos aspectos fundamentales. Por un lado, se encuentra la cultura, que en esencia es psicológica, en el sentido de que el contenido de cualquier mente en particular proviene siempre de un entorno cultural determinado. Por el otro, la cultura es individual en su origen, pues cada elemento que la compone ha tenido su comienzo en el acto creativo de una mente individual. En verdad, no deja de ser sorprendente que el concepto aún mantenga cierta vaguedad en su definición, pese a que su lugar como un referente central permanece indisputable (Archer, 1996). Asimismo, estos puntos de vista se hallan en congruencia con el hecho muy reconocido de que los humanos somos únicos en lo que concierne a nuestra considerable dependencia del aprendizaje y la cultura (Heine, 2010).
Investigadores que trabajan desde variados frentes disciplinarios en el ámbito de la psicología sugirieron ideas con la finalidad de echar más luz sobre este problema. Matsumoto y Juang (2003), por ejemplo, centraron de manera específica y operativa las seis principales categorías o dimensiones en que la cultura puede ser abordada y discutida. En su análisis, distinguen las siguientes variantes del concepto: a) un nivel descriptivo que destaca los diferentes tipos de actividades o comportamientos que se asocian ordinariamente a una cultura específica; b) las definiciones históricas que se refieren al patrimonio y la tradición asociados con un grupo de personas; c) los usos normativos que describen las reglas y las normas que están afincadas en una cultura; d) las descripciones de tipo psicológico que poseen la particularidad de enfatizar el aprendizaje, la resolución de problemas y otros enfoques conductuales que se vinculan de forma muy estrecha con el comportamiento cultural; e) las definiciones de tipo estructural que resaltan los elementos sociales y organizacionales que sobresalen en un entorno de cultura y f) las descripciones genéticas que se refieren a los orígenes de una cultura. Desde otro punto de vista, Hofstede (2011) trabajó en el establecimiento de dimensiones aplicables a las culturas nacionales que resultan pertinentes para la comprensión del funcionamiento interno de ellas. Los componentes que contempla este modelo son seis en total: 1) distancia jerárquica; 2) individualismo; 3) masculinidad; 4) control de la incertidumbre, 5) orientación a largo plazo y 6) indulgencia/contención. De acuerdo a los usos más adecuados que tienen cabida en una investigación de las relaciones entre cultura y psicología son las definiciones de carácter histórico y las descripciones psicológicas las que se articulan más fluida y coherentemente con las variables que estamos abordando aquí.
Resulta primordial el esclarecimiento de cuáles son los condicionantes culturales que afectan a la funcionalidad psicológica y guardan importancia para un estudio histórico de la disciplina. Pero el hecho de que las definiciones de la cultura habitualmente utilizadas en la psicología, lejos de asemejarse por completo, presenten características incompatibles entre sí, desemboca en un problema adicional a la hora de procurar un genuino consenso, como ha observado Jahoda (2012). Es muy útil tener claro a qué clase de cuestiones las personas otorgan una importancia determinante cuando, por ejemplo, tratan de indagar en qué medida sus percepciones, emociones, creencias, valores y experiencias de sí mismos resultan afectadas por las variantes que imponen la cultura y el contexto (Lindholm, 2007). El término “cultura” posee diferentes asociaciones según se tenga en cuenta el desarrollo de un individuo, de un grupo o una clase, y hasta de la sociedad entera. Asimismo, existen otras dimensiones de la cultura que afectan a la concepción del comportamiento humano y presentan una importancia muy sensible, como la distinción entre la conducta correcta y la incorrecta (Baecker, 1997), cuestión que ingresa de lleno en la dimensión ética. Entre otras posibles, la creatividad es una arista que se ve afectada por la cultura, y no sólo en la esfera concreta de la investigación psicológica (García, 2018b). Estudios como el de Obialo (2018) aportan datos sobre la alta dependencia que tiene la actividad creadora en lo referente a la capacidad de solucionar problemas, con la cultura en particular a la que pertenece el individuo.
En el ámbito que concierne a la historia de la psicología, las consideraciones atinentes a la cultura constituyen variables de mucho peso. Como estudio de los procesos responsables del comportamiento y la cognición en que consiste la psicología, se mantiene una tensión constante entre las influencias dependientes de los componentes genéticos y la fisiología humana, por una parte, y los que proceden del entorno social y representan canales para el aprendizaje, por la otra. El estudio de estas perennes relaciones entre cultura y psicología posee antecedentes que pueden rastrearse al menos hasta el tiempo de los filósofos griegos (Triandis, 2007), aunque los primeros “experimentos” sobre el lenguaje natural de los niños, atribuibles al emperador alemán Federico II de Hohenstaufen (1194-1250), datan del siglo xii, según informa Kimble (1993). Una revisión sucinta de la historia de nuestra disciplina (Hergenhahn y Henley, 2013) permite comprobar la alternancia de períodos dominados por teorías de corte hereditarista o nativista, y etapas signadas por un ambientalismo de variados matices que, en ocasiones, se ha presentado como muy extremo.
El apelativo a estas explicaciones más radicales o unilaterales se ha difuminado bastante en la literatura especializada de nuestros días. No obstante, y pese a la predominancia de una visión de carácter más integrador en el contexto de las ciencias del comportamiento, algunos problemas no han cejado por entero. Por ello, en el marco específico de la historia de la psicología en cuanto tal, pueden resultar de utilidad ciertos constructos que aclaran mejor las complejas relaciones que se generan en este contexto. Markarian (2011), por ejemplo, observó que una cultura históricamente dada no debería ser descripta en una dimensión única. Los elementos que integran el fenómeno adquieren variadas denominaciones que dependen de la consideración que se haga respecto al tipo de cultura en discusión. Por una parte, resaltan los aspectos más generales que pueden adscribirse a una organización colectiva, por ejemplo, cuando se habla de una cultura capitalista o primitiva. Junto a éstos, adquieren importancia los elementos más locales, como el pertenecer a un entorno de aborígenes australianos o de los habitantes de la India, por mencionar dos casos entre muchos escenarios posibles.
Los determinantes sociales no sólo resultan esenciales para la formación y evolución de las producciones culturales que emergen de una colectividad (ciencia, arte, filosofía, religiones, profesiones, etc.), sino en el origen de sus pensamientos y comportamientos individuales y colectivos. Los elementos modeladores de la actividad cultural adquieren variadas dimensiones que se reconocen, por supuesto, en los significados que se asignan a los conceptos. En ocasiones, éstas resultan muy disímiles, no sólo entre la costumbre popular y el uso técnico, sino también cuando se refieren a los procesos y actividades que consideremos pertinentes para el modelamiento y la evolución de las disciplinas científicas en general, y de las ciencias del comportamiento en particular. Como ya expresáramos, nuestro interés en este artículo es la historia de la psicología en el Paraguay, sobre la cual existen varios focos de investigación en aspectos generales, así como de autores, publicaciones y teorías específicas. En especial, nos incumben las diversas facetas que conciernen a la cultura del país, entendida en su sentido más amplio y diverso, lo mismo que a las varias subculturas que existen dentro de su territorio. En relación a éstas, resulta fundamental entender su articulación con el desarrollo de la psicología en sus diferentes vertientes. Es muy importante esclarecer con la mayor precisión posible la manera en que estos elementos provenientes del entorno cultural afectaron a los temas elegidos y las perspectivas teóricas que sus diferentes autores adoptaron en su producción de libros y artículos, en la manera de plantear la solución de problemas psicológicos (ya sean de ciencia básica o aplicada) y en la enseñanza de la materia, entre otras situaciones relevantes. Para seguir con esta línea argumentativa, en el siguiente apartado trataremos de identificar algunas de las variables concretas que llevan a una comprensión más acabada del problema.
Aspectos de la cultura paraguaya que incidieron en la formación de la psicología
La investigación histórica de la psicología en un país específico, que además incorpore una perspectiva cultural como su punto de partida, habrá de implicar necesariamente la identificación de cuáles elementos surgidos o pertenecientes a esa cultura poseen la fuerza y la pertinencia suficiente para incidir sobre la formación de un discurso y una práctica psicológica, en cualquiera de los dos aspectos que se consideran fundamentales: a) como disciplina académica y de investigación y/o b) como profesión. En la vertiente de ciencia académica es preciso tener en cuenta, a la vez, diversos indicadores de importancia. Entre ellos, cabe mencionar la forma y los marcos intelectuales en que las teorías psicológicas fueron introducidas al país y que, en la amplia mayoría de los casos, se concibieron en contextos académicos foráneos, procesos habitualmente conceptualizados como de recepción (Dagfal, 2004) o asimilación de teorías (García, 2017a); los textos que fueron escritos, leídos o adaptados en el país receptor por parte de autores autóctonos; las teorías desarrolladas por investigadores que residen en el país (si ello hubiese acontecido); el contenido psicológico impartido como tema de enseñanza en los diversos niveles de la educación formal, máxime en la universidad; los conceptos psicológicos difundidos en un entorno popular, es decir, no académico y no profesionalizado, y sin la intención primaria de introducir cambios en la enseñanza y/o la práctica; la inserción de la psicología en los medios que la reproducen y difunden, ya sean periódicos, revistas culturales de temática amplia y, de manera eventual, publicaciones científicas especializadas, que pueden ser generales de ciencias o específicos de la psicología, entre otras variables. Igual, resulta de especial interés la participación de diversos actores sociales, ya sea como generadores de investigación o como sujetos de esta, y que pertenecen a diversos grupos étnicos. Esto último constituye un factor especialmente resaltante en el Paraguay, por la variedad y cantidad de las colectividades humanas que residen en su espacio geográfico, distribuidos en la globalidad del territorito o en regiones y ciudades, lo mismo que en diferentes clases sociales. Entre las variables principales que se imponen como las más relevantes en este amplio y diverso marco de análisis, cabe mencionar las siguientes:
Eventos y situaciones particulares que forman parte de la historia paraguaya: El afirmar que la historia nacional de cada país es única y posee características particulares que la diferencian sustancialmente del resto de las naciones equivale a manifestar una obviedad que, de alguna manera, resultaría aplicable a cualquier país que pudiera considerarse, a condición de que su estudio se halle contextualizado en la época y lugar precisos. De hecho, las naciones están íntimamente envueltas por su historia, lo que las hace distintas de cualquier otra, convirtiéndolas en casos únicos. Cuanto precisamos establecer es que, en el caso del Paraguay, la combinación de una serie de eventos y circunstancias particulares alimentaron una suerte de memoria colectiva y además fortalecieron una tradición cultural que, combinadas, sirven para explicar un conjunto de circunstancias típicas en los paraguayos. De otra forma, estas singularidades podrían no resultar discernibles o explicables.
La historia de la nación paraguaya estuvo franqueada por algunas características resaltantes, como las enumeradas a continuación: a) la mediterraneidad geográfica del país, que indirectamente condujo a una especie de mediterraneidad mental, entendible como la ausencia de un contacto fluido y dinámico con las corrientes del pensamiento desarrolladas y discutidas en el resto del mundo y el fortalecimiento de un pensamiento social idiosincrático, al menos en determinados aspectos; b) la asimilación activa del elemento indígena a la cultura nacional, que en el Paraguay no revistió la característica de un arrinconamiento de esas tradiciones culturales en cuanto expresión de minorías sojuzgadas, lo cual hubiese supuesto la consiguiente pérdida o debilitamiento de sus contenidos y prácticas esenciales, sino que, por el contrario, tomó la forma de una fusión de lo autóctono con muchos elementos europeizantes que provenían de la colonización o quedaron afianzados en épocas posteriores; c) el uso activo de una de las lenguas aborígenes, en especial el guaraní, al que cabe estimar como el principal en este caso, por la amplia extensión de su asimilación, y cuyo uso continuado e ininterrumpido transmitió a los paraguayos un conjunto de particularidades que parecen reconocerse en la expresión emocional, el funcionamiento cognitivo y comportamental, la persistencia de algunos valores, y además, en el refuerzo de una cosmovisión particular, así como en el sostenimiento de una actitud esencial ante la vida y las circunstancias adversas que pueden surgir en el curso de ella; d) la historia política de guerras y dictaduras, que en el caso de los paraguayos marcó de manera persistente a la memoria social e incluso a la identidad nacional durante largo tiempo. Las dos grandes guerras internacionales que el país tuvo que afrontar en el siglo xix y el xx sirvieron como una poderosa fuerza de cohesión colectiva frente a la amenaza externa a su integridad territorial. Pero también representaron un perceptible desafío a la conservación de sus tradiciones y costumbres, lo mismo que las dictaduras surgidas después, que fomentaron el sentido de sumisión al poder y la dependencia de él, o la presión para el acomodamiento a sus dictados arbitrarios.
La diversidad étnica del país: Indudablemente, el factor más evidente y que mayor peso demuestra a la hora de balancear las influencias que ejercieron las variables culturales propias del país respecto a la conformación de la psicología es la multiplicidad de etnias o pueblos que componen la herencia cultural de la nación. La importancia de este factor es perceptible tanto en lo que respecta a la delimitación de los objetos de estudio de la psicología, como de los sectores humanos hacia los cuales dirige su atención. Desde los tiempos remotos del siglo xvi, en que se daba inicio a la colonización del territorio que hoy constituye el Paraguay, fueron reconocidas las variantes raciales constitutivas de la población prehispánica que habitaban estas latitudes y que llegaron provenientes del Asia, cruzando el desaparecido istmo de Bering (O’Neill, 2004). Con diferentes niveles de profundidad y éxito, esas comunidades lograron integrarse a los procesos del mestizaje, no necesariamente entre ellos, en lo que hubiera podido verse como una mezcla de tipo horizontal, sino con los descendientes de, al menos, un sector de los colonos europeos, ejemplificando una relación sin dudas vertical. En la actualidad, existen en el Paraguay dieciséis etnias diferentes, de acuerdo a Zanardini y Biedermann (2001), lo cual puede dar una idea clara de la variabilidad aludida. Cada una de ellas integra una realidad singular con sus peculiaridades biológicas y fenotípicas, aunque también con una historia, una lengua, unas costumbres, religiones, organización social, estructuración de mecanismos para el dominio político interno, sistemas de parentesco, y otros muchos aspectos que son únicos, propios y atinentes a sus respectivas comunidades. Estos rasgos los diferencian y distancian, en grados y formas a veces muy radicales, de la cultura que se ha sedimentado mayoritariamente en el país y que tomó como su base a los prototipos europeos, españoles y portugueses, sobre todo en el ámbito que compete a las tradiciones y las costumbres (García, 2021).
Desde el punto de vista que aquí nos concierne, el interés en los habitantes nativos puede ofrecer una doble vía de acercamiento e influjo. Por un lado, cabe tener en cuenta los diversos modos característicos de comportamiento, lenguaje, usos y costumbres, por citar algunos, que partiendo del acervo cultural de estos conjuntos humanos significaron un enriquecimiento a una herencia cultural común. La presea más evidente en este sentido es la lengua guaraní, que resulta una creación milenaria proveniente del grupo étnico homónimo y que fue ampliamente absorbido por la nacionalidad paraguaya en el curso de algunos siglos. Esta asimilación colectiva del guaraní lo ha llevado al grado de convertirlo en una lengua viva y utilizada por la inmensa mayoría de la población moderna. Cierto es que otras denominaciones étnicas también poseen sus propios medios de expresión característicos, pero éstos no tuvieron nunca la misma receptividad que el guaraní, y siguen confinados, en específico, al uso de los descendientes de sus usuarios originales.
La segunda vía de aproximación concierne al estudio de la psicología de los pueblos ancestrales, considerándolos como un grupo humano en posesión de formas comportamentales y de pensamiento típicos. Esta es una dimensión fundamental que atrajo la atención de muchos en los dos últimos siglos. La indagación, no obstante, se hizo al margen de los intereses que son predominantes para los psicólogos modernos. Quien mejor exploró el problema de la mente indígena fue el naturalista suizo Moisés Bertoni (1857-1929) (Bertoni, 1956), un emigrado al Paraguay de comienzos del siglo xx en busca de mejores horizontes para concretar sus proyectos científicos y personales. Pero Bertoni, en modo alguno, fue el único que dirigió su mirada a las poblaciones autóctonas. Varios exploradores hicieron lo propio al menos desde finales del siglo xviii (García, 2017b). Y más allá de algunas críticas –fundadas o no– que haya recibido el trabajo de Bertoni, del cual se presume una objetividad en grado menor a la deseada para cualquier estudio científico al exhibir ciertos aspectos sesgados, es indudable que marcó una senda crucial de investigación para la mejor comprensión, psicológica en este caso, de los habitantes milenarios del país (García, 2014b, 2016b). Las observaciones de autores como él y contados otros probaron que los análisis sobre las singularidades de los habitantes autóctonos no resultan fútiles ni secundarias.
La asimilación del elemento indígena como parte de la cultura: Además de la lengua guaraní, que constituyó un bien colectivo muy asociado a la herencia cultural de los paraguayos durante los últimos cinco siglos, también se han mencionado otros aspectos que podrían considerarse relevantes, como aquéllos vinculados al comportamiento característico de los indígenas, y que afloran de maneras recurrentes en el modo de ser y en los hábitos de los paraguayos. Las opiniones y valoraciones, sin embargo, no resultan unánimes. Hubo autores que refirieron aspectos positivos y negativos en esta presunta herencia colectiva, mediante elaboraciones intelectuales divulgadas, por lo general, en forma de ensayos sustentados sobre observaciones diversas. La relación entre lo indígena y lo típica y característicamente paraguayo aún se halla carente de estudios científicos sistemáticos y consistentes que documenten su complejidad real. Pero esta condición, sin embargo, no descalifica la probable asociación de comportamientos afianzados en la cultura de los guaraníes y que se hallen vigentes en su influencia sobre la vida de los paraguayos actuales. A este respecto, las aportaciones de los autores también son diversas. El abogado e historiador Manuel Domínguez (1868-1935), que trabajó durante la primera mitad del siglo xx en el análisis de temas concernientes a la cultura y la historia, es quien logró modelar estas ideas con la mayor consistencia y argumentos más atendibles (Domínguez, 1903, 1946). Él ha sido autor de una caracterización, histórica muy importante, sobre el hombre paraguayo (García, 2012).
La mediterraneidad geográfica y cultural: Paraguay es, junto con el vecino Estado Plurinacional de Bolivia, una de las dos naciones sudamericanas que carecen de litoral marítimo. El territorio paraguayo perdió su salida al mar ya durante la etapa colonial, cuando la cédula real del 16 de diciembre de 1616 dividió a la antigua Provincia Gigante de las Indias y sobrevino la creación de la nueva Provincia del Guairá, que incluía Asunción y dejaba a las ciudades y los territorios con costas marítimas en jurisdicción de la Provincia de Buenos Aires (Durán Estragó, 2010). Bolivia perdió su salida al mar a consecuencia de la Guerra del Pacífico, librada contra Chile y Perú, y que se desarrolló entre 1879 y 1883 (Klein, 2015). Para el Paraguay, la falta de acceso soberano a los puertos sobre el Océano Atlántico o el Océano Pacífico fue solucionada, con un éxito desigual a través de los tiempos, y dependiendo de una voluntad política muy variable por parte de los países vecinos, mediante la gran navegabilidad que poseen sus cauces hídricos interiores, especialmente el Río Paraguay.
En épocas pretéritas, esta circunstancia influyó en la escasa penetración al país de muchas corrientes renovadoras del pensamiento a causa de las barreras creadas por los medios de comunicación deficientes. También tuvo sus efectos sobre la llegada de personas que difundieran las nuevas ideas en el medio local. Pero otra forma de incidencia, menos evidente pero no menos importante, podría denominarse mediterraneidad cultural, una consecuencia directa de la mediterraneidad física. Esta tendencia al aislacionismo ha sido una de las características históricas del Paraguay a lo largo de su historia. Las expresiones más reconocidas del encierro colectivo se remontan a la época del gobierno del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia (1766-1840), quien literalmente cerró las fronteras del país a la eventual entrada de visitantes foráneos, con el propósito de protegerlo del caos del sur (Brezzo y Salinas, 2015), aunque, desde luego, con buenas razones históricas en su caso, sobre todo como un intento efectivo de precautelar la integridad territorial de la nación ante las ambiciones anexionistas del gobierno de Buenos Aires, que en aquél momento se manifestaban sin disimulo. Este enclaustramiento no duró para siempre, desde luego, aunque con posterioridad, otros encierros menos reconocidos y más sutiles y efectivos, aunque igual de perniciosos, fueron tomando su turno ante la vigencia de sistemas dictatoriales o autoritarios, o por los efectos de nefastas conflagraciones bélicas.
La memoria colectiva de las guerras que asolaron al país: La historia del Paraguay independiente se encuentra marcada y condicionada por las dos grandes guerras internacionales que debió afrontar su población: en primer lugar, la Guerra contra la Triple Alianza, que tuvo lugar entre 1865 (desde 1864 a criterio de autoras como Baratta [2019]) y 1870, enfrentando al país contra la unión combinada de fuerzas militares de Argentina, Brasil y Uruguay, y después, la Guerra del Chaco, que puso al Paraguay en armas contra Bolivia, entre 1932 y 1935. La primera de las dos significó una derrota y una catástrofe de enormes dimensiones para el país, en todos los órdenes imaginables. Con respecto a la segunda, se asume corrientemente que fue ganada por el Paraguay, aunque con la cesión de territorio al vencido, lo que la convierte en una victoria relativa. Queda claro que en todos los países que afrontan conflictos bélicos, éstos ejercen impactos profundos y son asimilados en la historia y en el ideario colectivo de muy distintas maneras. En el Paraguay, los recuerdos de estas dos guerras fueron incorporadas al folclore, la literatura y el arte, a los ensayos de comprensión histórica sobre el destino del país, a tradiciones orales diversas y al imaginario popular de formas muy profundas y duraderas, que persisten hasta el tiempo presente. Las guerras exaltaron de manera innegable la expresión de lo nacional y lo popular, y en parte también alimentaron cierta desconfianza hacia lo extranjero. En algunas épocas, sirvieron como apoyo firme para el florecimiento de ideologías nacionalistas. Pero, sobre todo, constituyeron siempre un recurso intelectual privilegiado para explicar las peculiarísimas características que reviste la historia nacional. Con razón o sin ella, los paraguayos encontraron en estas guerras no sólo la explicación, sino la causa misma de sus desventuras y tribulaciones históricas como nación y el atraso que sufren en diversos órdenes. La percepción de sí mismos que tienen los paraguayos como pueblo, resulta inseparable de las reminiscencias que acarrean estas dos guerras.
La perdurable secuencia de las dictaduras como sistema de imposición política: De un modo similar a las conflagraciones bélicas que dejaron huellas imperecederas en la vida nacional paraguaya, los regímenes de corte dictatorial ejercieron su influencia a todo lo largo de la historia local, aunque proyectando sus efectos por lapsos más prolongados. De hecho, la historia de este país transcurrió durante más tiempo cautiva de sistemas autoritarios que en el disfrute de libertades democráticas. La sujeción al ejercicio del poder discrecional, unido a la mediterraneidad mental antes mencionada, se convirtieron en determinantes para numerosas actitudes y hábitos de los paraguayos. La persistencia de una vida al arbitrio de voluntades inicuas sin dudas deja marcas poderosas. Las dictaduras no inciden sólo en los temas políticos o en asuntos relacionados con la administración del Estado, el ordenamiento jurídico o la economía. También incurren de lleno, aunque con más sutileza y de formas menos perceptibles, en la vivencia subjetiva de los ciudadanos, en la formación de las prácticas y costumbres sociales, en los manejos de los asuntos privados, en la dinámica del pensamiento individual y en la intimidad de las relaciones familiares. Como expresión de sus peores efectos, las dictaduras educan y domestican para la obediencia y la sumisión. Aunque no haya sido la única, la tiranía encabezada por Alfredo Stroessner, entre 1954 y 1989, fue la más prolongada y dañina en las décadas recientes de la historia paraguaya. Los modos en que esta autocracia y otras anteriores condicionaron y limitaron el desarrollo de la sociedad paraguaya fue analizada por historiadores, sociólogos, politólogos y ensayistas diversos. Pero una visión crítica y fundamentada psicológicamente sobre los efectos causados en la población, permanece con una tarea importante y urgente, aunque sorprendentemente incompleta.
La falta de tradición investigadora para el desarrollo científico y la baja calidad de la educación. En el Paraguay, la investigación científica y tecnológica no ha encontrado el suelo fértil donde asentar raíces y germinar sus frutos. En muchas áreas del conocimiento hubo investigadores pioneros, aunque las más de las veces, trabajando en condiciones desfavorables, en la soledad y el aislamiento, y sin disponer de los necesarios soportes institucionales o el financiamiento para hacer de su vocación un proyecto fructífero, capaz de establecer programas y tradiciones continuadas. La investigación científica ha sido una actividad marginal y complementaria a los fines profesionales, nunca el oficio principal. Los centros de educación superior no hicieron de la dedicación investigadora de sus profesores y su consecuente presumible productividad un criterio sustancial para viabilizar el acceso a las cátedras universitarias, o para que los académicos se mantengan en ellas una vez que hayan sido alcanzadas. El esfuerzo de algunos docentes por adentrarse en las faenas del trabajo científico y aportar a su disciplina no es generalmente valorado, o lo es menos que otros aspectos, como la participación en cursos de didáctica universitaria o la obtención de diplomas. Aunque la investigación está casi siempre inserta en el discurso formal de las instituciones de educación superior y en los fines declarados, la falta de apoyo, y en algunos casos hasta la indiferencia, resultan una constatación cotidiana en muchos centros educativos. En sentido general, la producción investigadora es ajena y hasta extraña al quehacer universitario.
Junto a esta desventajosa situación, la educación primaria y secundaria también adolecen, desde hace décadas, de serios déficits de infraestructura y calidad, que son debatidas públicamente con cierta frecuencia y en diferentes foros y espacios sociales, pero nunca remediadas. Estas limitaciones afectan de forma sensible las posibilidades del desarrollo nacional en un componente tan prioritario como la ciencia. La psicología no ha escapado a este cuadro negativo. Por regla general, los psicólogos están más orientados hacia el aprendizaje de enfoques teoréticos y modelos terapéuticos o de intervención en variados ámbitos, basados en los avances de la psicología internacional, pero con aportes mínimos o nulos a la comprensión de los problemas humanos en sintonía y en respuesta al contexto local. Siendo la realidad cultural en el Paraguay una fuente primaria de numerosos interrogantes y acuciantes desafíos aún requeridos de explicación, la psicología no ha ejercido una mirada comprensiva y creativa hacia ellos y, por consiguiente, no ha brindado muchas de las respuestas que la sociedad necesita. En la actualidad, la psicología paraguaya es una disciplina culturalmente estéril.
Relevancia de los estudios psicológicos. Muy asociado con la falta de tradición investigadora se encuentra el problema de la relevancia de la psicología, sobre todo en lo atinente a la exploración de las relaciones entre el medio cultural local y el comportamiento o los procesos cognitivos. En lo esencial, la relevancia apunta a la capacidad de la investigación psicológica para responder a problemas e interrogantes situados en el contexto del comportamiento y que tienen su origen en el entorno cultural que rodea al individuo, es decir, desde el punto de vista de las cualidades únicas que éste exhibe cuando es observado en un ambiente socialmente delimitado. Por supuesto, también se descubren comportamientos que revisten características similares en todos los individuos de la especie. Ellos están referidos a muchos fenómenos distintos, en aspectos que Brown (1991) denominó universales humanos y que pueden entenderse en una línea similar a los universales psicológicos de Norenzayan y Heine (2005), que mencionamos antes. Los universales son independientes de los procesos del aprendizaje, aunque es cierto que la experiencia puede modificarlos dentro de ciertos límites. La singularidad comportamental humana, no obstante, también atañe a aquéllas cuestiones que obedecen con exclusividad a los moldeamientos que emanan de la acción de la cultura y los procesos de socialización. Éstos arrojan manifestaciones únicas en cada individuo, productos de la extraordinaria plasticidad que se halla consustanciada con nuestra especie.
Long (2014) discutió los aspectos principales que conciernen a la relevancia en función a los siguientes ejes: a) los desacuerdos que surgen sobre los intereses desarrollados en la investigación psicológica y que forman un caldo de cultivo para el surgimiento de acusaciones de “irrelevancia social”; b) la confianza con que la psicología aplicada reposa sobre la investigación básica, arrastrando discusiones que impactan sobre la relevancia que cabe a esos estudios y c) la tradicional antítesis de la psicología con respecto al ámbito social, que la vuelve fuertemente vulnerable a los debates sobre su relevancia. Las polémicas de esta clase, aunque adquirieron mayor visibilidad en el contexto teórico actual de nuestra disciplina, no son nuevos, y han estado presentes por mucho tiempo en las problemáticas de la historia de la psicología como ciencia (Long, 2016). Asimismo, el interés hacia la relevancia cultural estuvo latente al menos desde los tiempos en que los investigadores comenzaron a tomar plena conciencia sobre la maleabilidad inherente al comportamiento en respuesta a los diversos contextos particulares en que desarrollan sus vidas las poblaciones humanas.
Conclusión
El afán por rastrear los orígenes históricos y la evolución conceptual de la psicología tal y como se ha desarrollado en el Paraguay, permitió dilucidar una serie de interrogantes y problemas de muy diverso tenor. Los asuntos abordados en el marco de estas investigaciones avanzaron mediante la asimilación de los cambios conceptuales y metodológicos acaecidos al interior de la disciplina en las décadas recientes, encontrando en ellos un efectivo respaldo para el análisis. De esta manera, fue posible adentrarse en los vaivenes registrados en el curso temporal de la psicología a través de períodos históricos diferenciados y sucesivos. Esto incluye a los principales eventos que fueron relevantes para su configuración, los representantes más característicos en su vertiente científica y profesional, los antecesores precientíficos de mayor importancia, las publicaciones centrales para la difusión de la información psicológica, los respectivos ámbitos de producción y difusión para las fuentes primarias de información, la asimilación de las teorías generadas en contextos externos al ámbito local y la enseñanza y transmisión del conocimiento psicológico en los diversos contextos educativos en los que la psicología logró insertarse a lo largo del tiempo, entre otros aspectos fundamentales.
En la tarea de bosquejar la agenda para orientar esta clase de investigación, la psicología paraguaya en dimensión histórica tomó como guía para su contextualización a la producción académica de nivel internacional. Con ello, asumió las pautas y principios que los historiadores marcaron como parte de una tradición investigativa originada en los textos producidos durante las primeras décadas del siglo xx en los Estados Unidos y algunos países europeos. Esta línea de búsqueda fue objeto de revisiones y replanteos posteriores que condujeron gradualmente hacia una visión más realista, equilibrada y objetiva sobre la real naturaleza que corresponde a la psicología. Parte de este revisionismo es una reconsideración cuidadosa de los escenarios locales en que ha surgido la psicología. Las nuevas perspectivas encontraron su punto de inflexión en la constatación sobre la importancia y relevancia de la cultura, sobre la cual, los historiadores se han mostrado cada vez más conscientes. Esto ha llevado no sólo a reconocer la existencia de las psicologías nacionales y sus características únicas, sino a descubrir los aportes y contribuciones que pueden esperarse desde éstas al contexto más amplio y presuntamente universal de la psicología.
La cultura, en cualquiera de las acepciones en que pueda ser definida, constituye un componente esencial del problema. Y aunque cualquier entramado social mantiene características irrepetibles, como no podría ser de otra forma en virtud de la individualidad histórica y social de que goza cada país, la indagación sobre el efecto modelador de la cultura sobre las producciones intelectuales humanas resulta esencial para el conocimiento de las condiciones generadoras del conocimiento psicológico a nivel global. Es una retroalimentación desde lo particular hacia lo general. Incluso por ese mismo motivo, la cultura local conlleva aspectos característicos e idiosincráticos que requieren y reclaman esclarecimientos oportunos. No pueden ignorarse por el simple hecho de estar situados en un espacio social particular. Es evidente que todos estos aspectos poseen consecuencias directas sobre el estudio del comportamiento y la cognición. En el Paraguay, la psicología se halla enclavada en elementos pertenecientes a la cultura y cuya elucidación ayudará a comprender mejor, no sólo el proceso que ha llevado al surgimiento de esta psicología en un tiempo y lugar definidos, sino también a las manifestaciones propias en el comportamiento de sus diversos grupos sociales, culturales y étnicos. Esa circunstancia debe ser vista como una oportunidad ideal en vistas al enriquecimiento del conocimiento psicológico en términos generales. Para el fortalecimiento y viabilidad de una historia cultural de la psicología en el Paraguay (García, 2021), la identificación precisa de los elementos y factores que la sitúan como un caso singular constituye un paso preliminar y esencial. Los argumentos discutidos en estas páginas constituyen un hito en esa misma dirección, vale decir, en la pretensión de un refinamiento cada vez mayor que haga posible la articulación de un diálogo e interacción recíproca y continua entre el comportamiento humano y la cultura.
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