PSICOLOGÍA, NATURALEZA HUMANA E HISTORIA EN/DE CUBA
Manuel Calviño
Facultad de Psicología, Universidad de La Habana. Cuba.
Resumen
Este escrito es una versión de la conferencia del mismo nombre, pronunciada por el autor en La Habana. En ella se intentan conectar dos ejes fundamentales de la vida humana con el conocimiento de la historia. El autor aboga por la inclusión de las dimensiones psicológicas, de la subjetividad, en la comprensión de los acontecimientos históricos, humanizando aún más el comportamiento de los hombres y mujeres que hacen la historia.
Palabras claves: Psicología, Historia, subjetividad
Abstract
This text is a version of the Conference, with the same name, pronounced by the author in Havana. In it he try to connect two fundamental axes of human life with the knowledge of history. The author advocates the inclusion of psychological dimensions, of subjectivity, in the understanding of historical events, further humanizing the behavior of the men and women who make History.
Key words: Psychology, History, Subjectivity
Resumo
Este escrito é uma versão da conferência do mesmo nome, pronunciada pelo autor em Havana. Nela tentam conectar dois eixos fundamentais da vida humana com o conhecimento da história. O autor defende a inclusão de dimensões psicológicas, de subjetividade, na compreensão de eventos históricos, humanizando ainda mais o comportamento dos homens e mulheres que fazem história.
Palavras-chave: Psicologia, História, subjetividade
La psicología, como dijo Ebbinghaus, tiene un largo pasado, pero una historia corta… (bueno, lo dijo en 1908, así que hemos ido “creciendo históricamente”). A los psicólogos se nos reconoce como propietarios de una disciplina si acaso de un siglo y unos pocos años, unos 139 años. En todo caso, mientras en 1879, en Leipzig, la psicología con un laboratorio en la mano, apenas defendía su derecho a ser una ciencia independiente, en Cuba, con un machete en la mano, y sobreponiéndose a las frustraciones de la guerra de los Diez Años, varios generales de la Revolución, con la llamada Guerra Chiquita decían que la Paz del Zanjón no era el último capítulo. Mientras en Europa se tramitaba la autonomía de una ciencia, nuestros antecesores luchaban por el derecho a ser cubanos y hacer una Cuba con y para los cubanos y cubanas.
Probablemente, para las ciencias, sobre todo las llamadas “ciencias duras” (duras y naturales), por las que nació marcada la psicología con un cierto complejo de inferioridad, un siglo no es razón suficiente para historiar a profundidad. Y en el ejercicio de la comprensión histórica, lo que más hemos intentado en psicología, es la construcción de narrativas, sobre las llamadas “Escuelas en Psicología”, y sus “actores principales”. Historias de personas, que propusieron modelos teóricos más o menos integradores, que lograron comunicar-promover-dar a conocer sus ideas en aulas, auditorios y publicaciones escritas, y muy importante que tuvieron “fans”, porque sin fans (seguidores y sostenedores, si se quiere obviar el anglicismo) no se instituye una Escuela, aun teniendo algún modelo teórico original; porque los fans (e insisto de todas formas en el anglicismo, porque un fan es alguien movido no solo por la racionalidad de los argumentos, sino también por la irracionalidad de los afectos) son los que hacen transitar no solo las ideas, sino también las narrativas (anecdotarios, aconteceres, hasta rumores) a través del tiempo.
Por cierto, solo como referencia, si importante son los fans, los “alter-fans” o “anti-fans”, no son menos importantes. Hay una lógica medio perversa, o neurótica: los que critican, los que niegan, los que rechazan, son fuertes “aliados inconscientes” o involuntarios, en la construcción de la relevancia de lo rechazado.
Parafraseando a Engels, y tomando a la psicología como rehén de mi reflexión, la historia la hacen los fans, y la hacen con arreglo a sus intereses. Claro que apenas hablo aquí de la historia como conjunción de narrativas relevantes, comunicadas y promovidas por los que están interesados en esa relevancia. En este sentido la historia, como producción subjetiva, es un acto interesado, un acto intencional, un acto partidista. Y por eso, no me parece desacertada la idea de que la narración histórica tiene en su base la valoración de relevante que hace una generación, sobre lo que vivió (hizo) otra y otras anteriores. Relevancia “interesada”, que es decir relevancia en tanto la relación valorada de lo sucedido con lo que se pretende hacer suceder, o sucede. Esto no es una “debilidad” (en el esquema de la llamada matriz DAFO). Para mí es una fortaleza… o al menos una intersección de debilidad y fortaleza (como casi todo, con doble carácter).
Y esto ya abre una perspectiva interesante para la interconexión entre la psicología y las ciencias históricas… que lamentablemente no es muy frecuente, y diría más, no es muy “bien vista”. Hablo del rol de historiador –como sujeto (los lacanianos dicen sujeto sujetado, lo que es algo así como decir sujeto de su subjetividad… valga la redundancia)–, de su ser sujeto psicológico (motivado, intencionado, deseante, demandante, etc.) en la construcción de la narración histórica.
Pero tengo, y asumo como fortaleza, otro handicap profesional más, obvio que vinculado con el anterior. Nosotros, los psicólogos y las psicólogas (para ser justo y preciso, los psicólogos que conceptualizamos nuestra disciplina desde una cierta perspectiva,.. que no es la única), tratamos con historias de personas, de individuos en particular. El instituyente primario de la psicología es, en mi perspectiva, el sujeto, en su esencia social, como construcción social (cultural, histórica), pero el sujeto. Claro que existe, una psicología social, una psicología comunitaria, una psicología institucional… muy productivas… una psicología de los grupos, etc., pero la esencia de la psicología, lo que hace basalmente la psicología, es la mirada a la subjetividad.
En la dimensión ejercicio profesional, hacemos y practicamos la psicoterapia de grupo, el acompañamiento y movilización comunitaria, las intervenciones institucionales, pero el punto de partida y apoyo de la psicología sigue siendo hasta el día de hoy la relación, el vínculo cara a cara con un ser humano, con su vida, con su historia muy particular. Claro que una vida, una historia impregnada de todas las historias –de familia, de barrio, de país, de nacionalidad, y más– pero su historia. Única. Irrepetible. Puede que muy parecida, pero distinta… Quizás por eso no somos muy buenos en las grandes generalizaciones.
Por eso, en psicología miramos al sujeto como actor, que en compañía y en un cierto contexto, vive ciertos sucesos (los construye, los afronta, los enfrenta). Los sujetos tienen historia, tienen contextos, pero no tienen dimensión temporal más que en el discurso. Por decirlo de alguna manera, la mente siempre está en presente. Lo que se sintió existe subjetivamente como lo que se siente… lo que se pensó, como lo que se piensa. Nos acompañamos con la comprensión de lo latente y lo explícito, lo activo y lo pasivo, lo consciente y lo inconsciente.
Por cierto, Freud, un referente clásico de la psicología (tanto para fans como para antifans) llamó la atención sobre el hecho (¿hecho?) de que en la mente humana, por usar un concepto un poco indeterminista pero de comprensión común, en la mente humana no hay historia, para la mente humana todo es presente, es decir, que cuando nosotros estamos haciendo un cuento de nuestra infancia y estamos pensando que estamos hablando de la historia pues no estamos hablando de tal historia, estamos hablando de algo que nos está pasando hoy, y lo que llamamos un recuerdo es algo que es siempre activo y presente en nuestra vida aunque le llamemos un recuerdo. Esa fue, claro que a nivel de superficie, una idea freudiana que caló muchísimo en la psicología, y en las representaciones populares, por cierto.
La mirada que reconozco con más claridad en la Historia, es: extensiva –si uso una metáfora espacial, entonces es horizontal: época, años, y acompañada por la vocación marxista, contextos; e intensiva– vertical: concatenación de hechos inter-épocas, desarrollo, ciclos, periodizaciones, etc. Y su sustento narrativo tiene dos elementos claves: El suceso y sus actores notorios.
Mientras en la psicología la prioridad está en descubrir al sujeto como es. En la Historia, en las narraciones históricas, la prioridad está en intentar descubrir el sujeto como intencionalidad de época, y agrego esto, en su relevancia valórica, encarnación de valores de época y de relevancia trans-epocal. El sujeto psicológico queda supeditado, poco visible, a veces incluso olvidado (hasta intencionalmente) tras la fuerte iconografía del sujeto “héroe”, de la historia.
Muchas veces me pasa, cuando leo narraciones de Historia de Cuba, veo como que hay “dos narraciones tipo”: la historia de los héroes, que son siempre personas, y las acciones de esas personas, que representan valores morales, ideales éticos, caracteres identitarios deseados, dicho en una palabra “ejemplos”; y luego la historia de los sucesos, que son muchas veces o frustraciones, derrotas, cosas que no se lograron, cosas a las que no se llegaron, pero los grandes hombres las asumen como retos de desarrollo; o son victorias que se logran por la acción de esos héroes… con la justa referencia “también” a los anónimos. Psicológicamente, parecen narraciones en “blanco y negro”, narraciones en las que apenas aparecen como casualidades, o como justificaciones para estar de un lado o del otro, las dimensiones subjetivas menos “ejemplares” –los celos, la envidia, la hipocresía, quedan apenas, en el mejor de los casos, como multiplicando traición, o el entreguismo, es decir las dimensiones más éticas del comportamiento.
Estoy trayendo un primer punto polémico interesante. No hablo por todos ni de todos los psicólogos, obviamente, pero estamos convencidos, bastante convencidos, de dos ideas fundamentales, la primera tiene que ver con una cosa que en psicología le llamamos el postulado de Thomas, (eso de postulado quizás tenga que ver con ese afán de tratar de tener leyes, regularidades y postulados muchos de los cuales luego no son más que ideas y reflexiones); y el postulado de Thomas dice algo interesante: cuando un ser humano da algo por real, da algo como cierto, esto termina haciéndose o siendo real al menos en sus consecuencias.
Hay incluso una suerte de fórmula que luego ha sido también denominada “la construcciónde profecías”. Algo así como que terminamos creyéndonos lo que ya antes hemos creído, lo que nosotros mismos hemos creado. Y esto es algo fundamental para la psicología, porque en definitiva estamos muy convencidos que los grandes, los grandes problemas, los grandes retos de todo ser humano son sus historias, son las narraciones que lleva consigo, las anécdotas que lleva consigo, las cosas que hacen “su pasado” y se cuenta, y mira hacia su futuro y se cuenta.
Desde aquí, tenemos una conclusión ya un poco más complicada. Considerando que “somos conclusivos en nuestras hipótesis para darle más fuerza y aderezar el convencimiento”, pero sabemos que son hipótesis, aventuro una hipótesis (si en definitiva los seres humanos contamos esa historia de nuestras vidas desde lo que nosotros creemos y necesitamos que sea relevante en nuestras vidas, se hace pertinente una extensión a lo mejor no legítima más allá del enfoque psicológico): en cierta medida, desde el punto de vista subjetivo, la historia es también lo que las personas creen que ha sido relevante de su historia, o de la historia de su familia, o de su institución, o de su país; y lo que consideramos como relevante hoy es lo que forma parte del discurso sobre el devenir y el suceder histórico. Complicado esto, porque por lo general terminamos sabiendo lo que queremos saber, pensándolo del modo que lo queremos pensar, y es obvio que esto tiene que ver con la necesidad de tener un dispositivo, “un regulador” que llamamos método científico, para poder separar, la dimensión más subjetiva de nuestra mirada –eso que tiene que ver con nuestras creencias, nuestros puntos de vista, nuestros intereses y necesidades–, y tratar de establecer, prioritariamente, una dimensión objetiva.
¿Será posible eso con la historia? No lo sé, no lo sé del todo. En definitiva, la historia es extremadamente complicada y es difícil acercarse a ella. Pero es una construcción de miradas convergentes y divergentes, cuyas dimensiones múltiples, más o menos apoyadas en los recursos de las ciencias, tiene un sentido dialógico, el sentido de la historia como diálogo: la historia es un constructor del diálogo de las identidades, del diálogo del sujeto consigo mismo, con sus pertenencias, con los otros que conviven o pre-viven su existencia individual y colectiva, y por qué no, con los sujetos de su devenir posterior.
Los historiadores, tal vez muchos historiadores me atrevo a decir, justo como buenos científicos sociales han tratado de sacar, de poner bajo control, la dimensión subjetiva para mirar objetivamente (Galeano diría que le temen a la subjetividad, y por eso se refugian en la objetividad, lo cual no es exacto, porque no es solo una decisión individual, es también un designio de integración social, y el resultado de las exigencias hegemónicas de las instituciones a las que pertenecen), pero yo me pregunto ¿en esa mirada objetiva de la historia qué es lo que pasa?, y me respondo: que las dimensiones psicológicas humanas de esas personas que son los constructores de historia, los constructores de las narraciones de historia, quedan perdidas, al menos diluidas, puestas en un segundo o tercer plano, y si no quedan perdidas quedan como ubicadas en un lugar como distraídas.
Puedo estar más menos de acuerdo con un trabajo que publicó hace muchos años creo que fue la revista Pensamiento Crítico sobre la muerte de Maceo, y el impacto de Tánatos como instigador instintivo en la muerte de Maceo; puedo estar más menos de acuerdo, pero definitivamente hay una dimensión subjetiva del ser humano que fue Antonio Maceo que queda semi-oculta en la narrativa sobre su carácter heroico, pero que está presente, por ejemplo, en el momento de su deceso… como las dimensiones subjetivas de los que acudieron a su auxilio, y los que no acudieron. Los “por qué psicológicos” de unos u otros comportamientos. En el caso que tomo como rehén de mi reflexión, ese “lado” no se cuenta, o se cuenta muy poco, en segundo plano, no se dice mucho que Maceo no solo estaba rodeado por las tropas españolas, sino también “asediado” por envidias, celos, rencores de “los suyos”. Porque los hombres y las mujeres, son concreción de la naturaleza humana, y como señala Martí, profundo conocedor el alma humana “La naturaleza humana tiene un enemigo en sí misma”. Y si nosotros nos metemos, lo que significa más que asomarnos, en ese otro lado de la historia pues empezamos a tocar cosas, que ponen a los iconos míticos (inalcanzables, súper superiores, inimitables) en condición de sujetos reales, de hombres y mujeres multidimensionales en el espacio de su subjetividad, y con esto los hacemos más cercanos, y más cercana y reconocible la propia historia.
Por cierto, estoy convencido que con esto aumentaríamos mucho más el potencial dialógico de la historia, sobre todo dónde y con quiénes lo necesitamos mucho: los jóvenes.
Advierto que no estoy haciendo una evaluación de valor, estoy haciendo, o estoy tratando de decir que hay una dimensión ser humano real, concreto, en la narrativa de la historia, que queda muy en segundo plano, y queda muy en segundo plano entre otras cosas porque probablemente para el discurso histórico como discurso de referencias icónicas posibles, de referencias éticas, actitudinales, etc. es lo menos interesante. Pero está ahí. Y su fuerza y valor de identificación proyectiva supondría un elemento de acercamiento de los sujetos a la historia.
Por si todo esto fuera poco, la propuesta temática, que yo tomo de manera fragmentaria, porque su sistematicidad requeriría de un ejercicio a profundidad, me tiende una segunda trampa y me habla de “La naturaleza humana”, … mirada desde la psicología… menos mal. Y quién sabe ¿qué cosa es la naturaleza humana? Tengo una discusión muy complicada con eso porque, desde cierta perspectiva nosotros podemos decir: “La naturaleza humana no es solo humana”, la naturaleza de lo humano, un modo menos exigente de decir, es también animal, es biológica, es un emergente y un continente de la filogénesis. Es decir, nosotros somos una derivación primaria, de una secuela de desarrollo filogenético que está inscrita en nuestra naturaleza, y que de alguna manera nos condiciona movimientos extremadamente sospechosos. Cualquiera de los presentes estaría de acuerdo en decir que la propiedad privada, pongamos por caso en estos días en que discutimos tantas cosas de las formas de propiedad, la propiedad privada decimos es una creación histórica, cultural si se quiere, económica, de una formación económico social determinada. Y cualquiera de nosotros podría preguntarse hoy: “¿Y por qué en una construcción antitética con el capitalismo reaparece la propiedad privada como una necesidad?” (El carácter de ser necesario es impertinente, y con frecuencia supera o engaña al carácter de ser deseable. Cuando algo es necesario, encontrará la forma de imponerse, y lo deseable tendrá que apelar a fuertes medidas de control para “mantenerlo a raya”, y aun así aquello buscará su emergencia). Encontraríamos respuestas asociadas al “período de transición”, a las tácticas de desarrollo, etc. Y les voy a decir algo para que entiendan lo complicado que es esto de la psicología, no faltará el psicólogo que le diga: “Porque la construcción privada es una construcción que está en la naturaleza humana, y que está prácticamente en todo el mundo animal cercano al animal que somos los seres humanos”.
Entonces, vamos a ver, eso quiere decir que nosotros tenemos, como parte de nuestra naturaleza, la tendencia, o al menos la predisposición a tener ciertas “propiedades” (espacios, objetos, incluso relaciones) como privadas, bueno, hasta donde pueda definirse un límite de lo privado. ¿Pero conocen ustedes a algún ser humano que no tenga un espacio privado, que no defienda un espacio privado? Para quien a lo mejor es un espacio de casa, para quien no tiene ni ese pedazo de casa puede ser, para ser modernos, su computadora, o a lo mejor es un momento, un momento de hacer algo “en privado”. Y en este pequeño momento “esto es mío y aquí no entra nadie, y no me lo toquen”.
Con esa penetrante mirada al ser humano, Martí afirmaba: “Es natural y humano que el hombre piense constantemente en sí, aun en sus actos de mayor abnegación y descuido de sí propio, y procure conciliar su adelanto personal y la utilidad pública, y servir a esta de modo que resulte aquel favorecido, o no muy dañado”. Entonces, el fenómeno de lo privado, por solo poner un caso, está inscrito en una naturaleza humana que es coincidente o no, colaboradora o no, de una segunda naturaleza, sin orden jerárquico, puedo decir de otra naturaleza, para mí esencial, que es la naturaleza cultural. Pero está inscrita ahí.
A pesar de que nosotros sabemos que lo que nos tipifica como esencia humana es el intelecto, nuestro cerebro racional, nuestra capacidad de autonomía, nuestra capacidad de decisión, nuestro seguir signos verbales, en muchas ocasiones, en muchos aspectos de nuestra vida, lo que hacemos es imitar lo que vemos, dejarnos llevar por primeras impresiones, ser esclavos de nuestras intuiciones primarias. ¿Qué pasa que aun teniendo autonomía y decisión de ir en una dirección pensada, de pronto lo que estoy viendo, escuchando, suponiendo, es más importante que lo que yo pienso? Sí, por momentos lo que yo veo es más importante que lo que yo pienso. En esa naturaleza humana, que tiene de alguna manera ese descendente o ascendente, no sé bien, biológico, nuestro nivel de activación cerebral, consciente, analítico, etcétera, es “perezoso” –pensando con Kanehman en el denominado sistema 2. El pensamiento humano es vago, el ser humano prefiere (obvio que no hablo desde lo intencional, sino desde lo procesual) no pensar y resolver los problemas de las maneras más rápidas e intuitivas posibles, antes que detenerse a reflexionar, digo cuando es posible, porque en ocasiones el tiempo de reacción obligado, nos aleja de la posibilidad del análisis reflexivo.
Esta naturaleza humana está impactada, contiene esta predisposición a ser un poco perezosa, en realidad protectora. Y luego esto forma parte, por sus efectos visibles, de las reflexiones sobre supuestos impactos medioambientales (no recuerdo si fue Voltaire el que dijo comprender que la vagancia en este lado tenía que ver con el intenso calor que hay aquí) o las ideas asentadas y profundas de Saco… claro que esto no es un absoluto, es solo una mirada posible.
Bien, ahí está una cierta biología humana predisponente a la “vagancia analítica”, vagancia de protección, por razones del orden de su naturaleza primaria. Pero cuidado, no confundamos, esta es una “naturaleza predispositiva”, que predispone, que favorece. Pero una posibilidad, incluso favorecida, no tiene en el ser humano el carácter de ser indefectible, fatalistamente determinante. Es en todo caso una alternativa.
Pero existe otra, la construida, producida, la de la emergencia –la producción, la construcción– de una naturaleza distinta sobre aquella naturaleza. La naturaleza cultural de lo humano. Y es esta tan determinante (que no determinista) que hace (marca estructural y funcionalmente) toda la vida humana, incluso esa naturaleza predispositiva. Tanto que, sin temor a equivocarnos, podemos decir que hasta el cerebro humano es un producto cultural, es cerebro humano, rediseñado funcionalmente y también estructuralmente por la cultura. Eso es tan interesante, cuanto complicado, en extremo complicado. Y es motivo aún de importantes desarrollos científicos… Una digresión, o quizás no tanto: cuando tomo aquel axioma martiano, “ser culto es el único modo de ser libre”, y lo extiendo más allá de la significación directa, encuentro la lógica de la esencia de la naturaleza humana: Ser yo (ser libre… ser quien soy, desatado de las amarras de los hegemonismos, ser el decisor de mi vida) es asumirme como actor y productor cultural (histórico, social) porque la cultura es la subjetividad social, la producción espiritual compartida que acuna nuestra identidad.
En efecto, el conocido axioma “el hombre se parece más a sus tiempos que a sus padres”, no solo hace referencia a esa naturaleza cultural, sino también a su predominio. Todo lo heredado y heredable de los ancestros familiares, de los padres, tomará su forma definitiva (en tanto “significante” y en tanto “significado”, obvio sobre todo como significado) en el influjo determinante y resignificante de la naturaleza cultural. Un historiador a quien respeto mucho, dijo: “El hombre no es la clase”. Lo que hace adherido a una clase a un ser humano no es sencillamente su condición material de vida, es también, y yo psicólogo digo sobre todo, su identidad aspiracional, es su proyecto de inserción en la vida social. Así que “si la mona se viste de seda”, no sigue siendo mona: será mona vestida de seda; y esta es ya otra mona. El hábito sí hace al monje, lo que no quiere decir que deje de ser también el hombre que era antes, o sin, el hábito… y claro que no hablamos de apariencias (como supone el refrán), sino de esencias.
Entonces, la naturaleza humana es multilateral, es unidad y diferenciación de la naturaleza (la esencia) de lo vivo. Su riqueza reside en su diversidad. Lo diverso (contradictorio o complementar, compartido o diferenciador) es su consistencia, su amplitud, su expansividad; su incompletitud intrínseca es su condición (conditio) sine quanon de movimiento, de cambio, de desarrollo, en su eje vincular. Para el ser humano, la construcción de vínculos es esencial. Su naturaleza biológica es cómplice de su construcción cultural. No hay exclusiones. Hay interconexiones. Y, claro, ambas tributan a la emergencia del sujeto, lo que quiere decir el ejercicio de la autonomía, la voluntad, la decisión.
La incomprensión de esta multilateralidad de la naturaleza humana, de esta dualidad armónica, (y no solo armónica) en ocasiones plantea retos socioculturales, incluso políticos (de política educativa, por ejemplo), de adecuación de lo deseable a lo posible.
De modo que sí, que por consiguiente, hay un componente básico de esa naturaleza humana, que es un componente no fatalistamente determinante pero que está ahí y que marca, establece zonas de posibilidad, tiene marcas que no deben ser desconsideradas.
Pero hay una esencia humana cultural, esa que Marx identificó con el conjunto de las relaciones sociales, que Martí describió como lo que pone en cada hombre su pueblo, que incitó a Aristóteles a hablar del hombre como “animal político” (zoon politikón).
Entonces, lo que no se puede olvidar, no se puede desatender en la comprensión de la historia (para ser más exacto no se debería, porque poder creo que sí se ha podido), lo que no deberíamos olvidar jamás en el hacer, el investigar y el decir de la historización, es que esas personas que son los iconos de la historia, que no son la historia pero son los iconos de la historia, y vemos la historia a través de ellas, fueron y son seres humanos, y su condición de seres humanos, supone procesos humanos, marcados por su condición de sujetos culturales, sujetos biológicos (por decirlo de alguna manera), sujetos psicológicos.
Defiendo, entonces, la necesidad de una historia que hable de los seres humanos, como nosotros. No solo de las dimensiones de su existencia icónica, ejemplarizante, sino también –por supuesto que “también”, y no “solo”– de sus dimensiones primarias, tan esenciales para poder construir no solo mitos, sino identificaciones, para poder entender no solo su excepcionalidad, sino también su tangibilidad, para que la grandeza de sus actos, pensamientos, actitudes, decisiones, compromisos, entregas, sean material de construcción no solo de una identidad genérica deseable, la de “los cubanos”, sino de un identidad vívida y vivida, de una identidad que al diferenciar, integra: “yo como aquel, soy cubano”. Y de ahí entender que en la historia de aquel, está mi historia; que en la historia de todos, está la historia de cada uno.
Como psicólogo, demando una mirada más centrada en las subjetividades en cuestión en la historia. Las subjetividades colectivas, y las subjetividades individuales. Pienso, y perdonen la intromisión especulativa, en la mirada a un Céspedes que perdió a su esposa y a su hija de manera traumática (enfermas de tuberculosis), y luego se casó con una mujer mucho más joven, quien sabe si encarnando a las dos figuras perdidas, quien sabe si por la angustia de no pasar nunca más por una pérdida tan dolorosa (que lleva consigo también la de su madre, y la de su padre, más allá de las relaciones conflictivas con este). No se trata de una historia subjetivista, sino de una historia con sujetos reales, y no solo icónicos. Subjetividad no es idealismo, muy por el contrario es la objetividad de los humano.
Recontextualizo, con afán intertextual, la sentencia engelsiana de que son los hombres los que hacen la historia, y la hacen con arreglo a sus necesidades… a sus intereses, para llamar la atención sobre el inevitable proceso del influjo que la “subjetividad individual” (preceptos, convicciones, valores, puntos de vista) tiene sobre la “subjetividad social”, sobre todo cuando se trata de referentes del imaginario socio-psicológico.
Lo que pasa es que de la mano de una personalidad de relevancia histórica, una opción personal, se convierte, puede llegar a convertirse en un paradigma, y los paradigmas son muy fuertes. Son muy fuertes porque los paradigmas no son solo modelos conductuales, porque los modelos conductuales están ahí y yo me hago cargo de ellos o no, los reproduzco o no. No es solo eso. Es mucho más: los paradigmas son modelos mentales que condicionan las percepciones, entre otras cosas de lo correcto y lo incorrecto, de lo que se debe o no se debe, se puede o no, en fin, presiden nuestras decisiones y valoraciones.
Hablando sobre la mente, el cambio de mentalidad, casi siempre hago una historia que a mí me encanta, por su valor “parabólico” ¿no? Si nosotros hacemos una encuesta en Cuba de cuántos cubanos están convencidos que necesitamos como personas más autonomía, más decisión; o como empresa, más autonomía, más decisión; o como instituciones presupuestadas, más autonomía, más capacidad de decisión. Creo que las respuestas se acercarían a un 100% de acuerdo. Todos, seguramente somos portadores de la idea de la autonomía, del derecho, del ¿por qué no? Todos, en nuestros diferentes espacios abogando por la autonomía. Pero… con una mentalidad en la que parece estar inscrito un precepto: “Solo se hace algo, cuando te autorizan a hacerlo”. Por mucho que sepamos incluso que es más fácil ser perdonado que autorizado. Es claro que hay un tema que tiene que ver con la configuración subjetiva, que es mucho más que la discursividad, que es mucho más que la palabra, y que está ubicado en eso, que yo hablo de la naturaleza humana. Y esa naturaleza humana es una construcción sin duda alguna, insisto, biológica y social, los grandes hombres y mujeres son grandes hombres y mujeres porque de alguna manera en algún fragmento de su vida trascienden su época, pero siguen siendo miembros de su época.
Entonces esa dimensión humana lamentablemente es una dimensión muy oculta, y ocultada, en la Historia. Y cuando yo pienso en la importancia del valor de un Céspedes, de un Martí, de un Agramonte, en fin, de los grandes próceres, como psicólogo yo no solo miro su lugar en la construcción de la independencia, en la lucha por la independencia, sino algo que estaba en la base de la lucha por la independencia que es la construcción de la cubanía, la emergencia de una nueva subjetividad social y una nueva subjetividad individual. El proceso de aparición de un nuevo cubano (un hombre nuevo, una nueva mujer).
La guerra del 68 claro que es la autonomía de España, la independencia, pero es también la construcción de la cubanía, la construcción del (auto)respeto a los cubanos, la construcción de nuestra autovaloración, nuestra autoestima, como sujetos colectivos, y como sujetos individuales concretos, con todo el lastre y los vientos a favor de nuestra Historia (con mayúscula), y nuestra historia –esa que comienza intrauterinamente, nos vincula desde el regazo materno, se gestiona en familia, y se comparte en la escuela, el barrio, y más allá. Pero es nuestra historia personal, con todo lo que pone en nosotros nuestra época.
Probablemente –lo puedo entender y comprender, pero no compartir, no estar de acuerdo–, si uno mira a esa tarea titánica de la construcción del ser cubano, de lo que somos como cubanos, y uno dice: “¿Qué más da estas historias personales? ¿Qué importan los momentos íntimos–a veces claros a veces oscuros– de los titanes?¿Cuál es la importancia de las envidias, las vanidades, los celos, comparada con la importancia del valor, de los ideales, de los compromisos y las entregas?” Uno puede decir: “¡Pues nada! Así que adiós a los pequeños momentos de flaqueza, adiós a los conflictos y contradicciones interpersonales, adiós a los sentimientos de frustración, de soledad… No cuentan”.
Qué bueno que ya no son tan pocos los historiadores que develan, que son capaces, que comprenden y asumen la importancia de ver, decir y entender que Martí y Gómez conflictuaban, que Martí se sintió frustrado en aquella visita que hizo a Maceo, que tenían puntos de vista diferentes, y no se entendían en algunas cosas. Sobre todo entender que la grandeza no reside en estar o no de acuerdo, sino en que estando incluso en desacuerdo eran capaces de asumir que había algo que los superaba, que era, no lo único, sino lo más importante. Eran seres humanos. Pero lamentablemente, y no solo lamentablemente, la realidad es que la Historia nos ha contado la historia de sus dimensiones icónicas como gestoras absolutas de los grandes sucesos. Y se nos ha quedado un poco esa historia de la dimensión más humana de las personas, desde la cual podemos confirmar la tesis de que lo que somos hoy, hubiese sido lo que fueron ayer; y lo que fueron ayer, sería lo que somos hoy… parafraseando una conocida sentencia de Fidel. Porque lo que hace a la unidad de anhelos y luchas, de proyectos y realizaciones, es la unidad de ser humanos, cubanos, compartir el “alma cubana”, dicho con Ortiz, ese “ajiaco” que somos y seremos.
Contar la historia –no me gusta mucho esa palabra, pero muchas veces he dicho que tengo vocación de cuentero, no de historiador, siguiendo la imagen del cuentero de Onelio Jorge– repito, contar la historia también desde allí, la hace más historia, más humanizada, más accesible, con mayor sentido de implicación y compromisos posibles.
Yo recuerdo, no recuerdo exactamente el título… el furor que hizo en Cuba un libro que se llamaba Decadencia y caída de casi todo el mundo, que tomaba personajes de la historia y los ponía, me perdonan la expresión un poco soez, “en calzoncillos y camiseta”, es decir, ponerlos en su dimensión persona, y fue un best-reading –no sé si existe tal expresión: todo el mundo lo quería leer, pasaba de mano en mano.
Incluso, si me detengo en esta dimensión, de alguna manera psicográfica, también encuentro el principio de “lo conveniente” (lo que es conveniente contar, y lo que es conveniente callar). Y cierto, es un modelaje que ha tenido que ver con los difíciles acontecimientos que ha vivido el país, con sus acosos externos, con sus focalizaciones. Por doquier se refiera el ser extremadamente alegre de nosotros los cubanos y cubanas, somos en extremo extrovertidos, jaraneros, amistosos-solidarios. Sin embargo, yo digo que el cubano, la cubanidad, la cubanía, es una dimensión también marcada por la frustración –sobre la que quizás hemos elaborado una defensa, una formación reactiva, que nos permite reírnos hasta de nuestras penas– repito hay en nosotros marcas de frustración, nosotros somos hijos de proyectos frustrados –la instauración de la (pseudo)república, la revolución que “se fue a bolina”–. Somos hijos de proyectos que no han cuajado del todo, lo que convoca a la incertidumbre, a ciertos atisbos de desesperanza.
Claro que tenemos a nuestro favor esa emocionalidad expansiva, ese jaraneo humorista, que a veces se nos va la mano sin duda alguna, pero que nos permite afrontar la vida de manera muy distinta, menos hiriente. Pero ahí están nuestras marcas, ahí están nuestras marcas y están las marcas de la cubanía, y ahí está una historia que se puede descubrir pero que está muy oculta. Y, cuando miramos a la Historia historizada con mayúscula, a lo mejor nosotros descubrimos alguna situación que también nos pone en otra temática interesante, algo así como dos dimensiones de la cubanía, la cubanía mirada en dos dimensiones, una es la dimensión de los héroes, de los proyectos, de las esperanzas, de los retos, de las luchas, la dimensión aspiracional. Y la otra es la del cubano de a pie, del héroe anónimo “perfectamente imperfecto”.
Y eso puede ser bien interesante desde el punto de vista socio-psicológico. Estoy pensando en Fernando Ortiz, que se acercó bastante al cubano de a pie, el cubano “antropológico”, por solo poner un nombre rimbombante, pero al mismo tiempo establece como una diferencia con el cubano “político”. Una cara del cubano y otra cara del cubano. De una se cuenta una cosa, y otra se cuenta de la otra. Una historia para proyectarnos en nuestro desarrollo y crecimiento, la otra para reconocernos en nuestro día a día. Y si una es la que se enseña en la escuela, y otra la que se vive en el barrio… vamos, tenemos un reto epistemológico, un reto de identidad. ¿A qué historia pertenezco? ¿Por cuál historia soy pertenecido? ¿O pertenezco a las dos itinerantemente, depende de dónde estoy y que estoy haciendo? Todo un tema, como para empezar de nuevo este encuentro.
Desde ya, y solo les digo que la conciencia humana, la mente humana, tiene una capacidad basal para armonizar la contradicción, para ser más exactos, para la incoherencia, es decir, el ser humano es ese, como sucedió en algún momento en los inicios de la Revolución, que es capaz de hacer un discurso sobre la liberación de la mujer, la igualdad de la mujer, los derechos de la mujer, ¡y no dejar trabajar a su esposa! Tranquilamente, no le ofrece ninguna contradicción ni echándosela en cara, dice: “No, no, no, cuidado, una cosa son las mujeres y otra cosa es mi mujer”; o actualizando la dualidad contradictoria, para de un lado defender los derechos de realización y libertad de todas las personas, pero no admitir el matrimonio entre algunas de ellas.
Hay un argentino psicoanalista –bueno, si es argentino es psicoanalista porque todos los psicólogos argentinos son psicoanalistas, ¡todos!…bueno, como buen cubano exagero, hay alguna que otra excepción. Y entonces este psicoanalista, después del levantamiento de las primeras dictaduras, o lo que algunos llaman no sin razón las dictaduras explícitas, porque ahora están las dictaduras implícitas, bueno, él trabajó con personas que habían sido torturadas, y encontró un reporte interesantísimo: cuando la gente torturada empezaba a hacer evocaciones del proceso de tortura, comentaba, hablaba, por ejemplo, con una cierta “fascinación” concentrada en la belleza, y el lustrado, de las botas de quien lo torturaba. Era como un asa defensiva de la que asirse para afrontar aquella más que terrible situación. La dualidad de la consciencia para hacer más llevadero uno de sus componentes.
Aquí había un humorista que tenía un “estilo de humor” un tanto, por momentos muy agresivo, hostil y hasta irrespetuoso con el público, llegaba a ser desagradable, en la burla con algunas personas que tomaba de “víctimas de sus chistes”. Y yo le decía: “¡No señor! La burla a degüello no es buena, es lacerante. Molesta”. Pero él tenía una razón que arremetía contra mis argumentos, me decía: “A la gente le gusta”. Él le decía a las personas las barbaridades que ustedes se puedan imaginar, y un por ciento nada despreciable de las personas, se reía porque se reían de ellas mismas. Es algo así, como: “me estoy burlando de ti” Y al reírse todos de mí, hasta yo mismo, me río de lo que me duele, siguiendo un principio de “solución de la disonancia”. Probablemente, tiene que ver con nuestro sistema catártico. Que seguro es distinto al sistema catártico de otras nacionalidades. Nosotros hacemos catarsis burlándonos de nosotros mismos, riéndonos de nuestros problemas, de nuestras dificultades. Y ojalá que supiéramos aprovechar, y entender que la risa puede devenir en un mecanismo de conciencia, de toma de conciencia, Una catarsis del sistema 1 (el automático), que convoca el despertar del sistema 2 (el analítico).
Entonces esto es interesante, es generativo, porque si logramos superar los vicios del Superyo (diciéndolo con Freud), si podemos entender la subjetividad (individual, social, hasta nacional) no solo como el producto de la historia, sino como uno de sus actores participantes, entonces se nos develaría que todo esto va construyendo una mirada que al final se nos devuelve en narraciones, en narraciones históricas, en las que nosotros nos reconocemos como intencionalidad, nos reconocemos como empeño, nos reconocemos como deber, pero podríamos reconocernos también como personas: personas con flaquezas, personas con pasiones por momentos bajas, personas superables, mejorables. Y esto no disminuye, ni devalúa, ni irrespeta, nuestras virtudes. Muy por el contrario, las hace no solo cualidades logradas, sino empeños; las hace no solo producciones del pasado, sino intenciones de futuro.
Bueno, creo que los estoy invitando a abrir una puerta muy importante: la historia está muy concentrada en generar nociones de deber, de responsabilidad, de gratitud, de continuidad. “Ser cómo ellos”. “Cumplir con el deber sagrado que ellos asumieron”. El pasado como gestor de compromiso. Y eso es ineludible. Y hacemos de la historia un instigador de compromiso, de conformación de actitudes. Y repito, tiene que ser así: el alma cubana se nutre de su pasado para construir su irrevocable sueño de independencia y justicia social.
Pero, la historia de los seres humanos, tiene que contener una mirada al futuro. Quiénes somos no es algo que se reduzca a saber de dónde venimos, qué nos ha hecho lo que somos. Sino también a definir dónde estamos y dónde queremos ir, quienes queremos ser. Porque, ahora parafraseando en alguna medida a Sartre, la vida humana no es solo lo que hacemos porque así nos lo legaron nuestros predecesores, sino lo hacemos con lo que hicieron los que nos precedieron, para llegar a hacer lo que nos impele desde el futuro, a ser lo que somos, y al menos en nuestras intencionalidades, sueños, y proyectos, lo que seremos.
Y es ahí que encuentro otra vez la historia como diálogo, para mí un reto. Sí, efectivamente, los grandes próceres, estoy intentando decir, fueron movidos por el pasado, fueron movidos por el deber, por el sacrifico, y lo asumieron. Y nos mostraron caminos, y formas de andarlos. Y nos mostraron fuerza, valor, entrega. Quien duda que son la historia cubana hecha hombres y mujeres, hecha por hombres y mujeres grandes. Pero hay una generación para la cual el deber y el sacrificio son cosas que tienen que ir acompañadas de la alegría, el placer y la expansividad. Y no saben, no les enseñamos, que también ellos los de ayer, fueron jaraneros, por momentos irreverentes, hasta indisciplinados. Que fueron jóvenes con juventud.
Sin esto, es difícil la identificación, ¿Qué nos pasa? Nosotros recibimos hoy en las universidades, lo digo con dolor, con pena, con vergüenza, recibimos jóvenes para quienes la historia no pasa de ser una asignatura que tuvieron que aprobar, un cuento en “pretérito perfecto”. Y el conocimiento despersonalizado, extrínseco, termina por extinguirse. Cómo puede ser, por qué se ha producido una desconexión, en la identificación humana con los actores de la historia, la persona que recibe esa herencia y la herencia misma. Y ese “triángulo amoroso”, pasional –“la historia de mi país-su gente-yo”– hay que volverlo a armar, reconociendo la naturaleza humana en todas sus dimensiones.
Fidel en algunas de sus Reflexiones que yo uso mucho en algunos escenarios de trabajo, sobre todo en la formación de cuadros y directivos llamaba la atención sobre el problema que tienen los seres humanos en tanto tienen que luchar contra sus instintos (en algún momento afirmó que “la educación es la lucha contra los instintos”). Es un modo de decir que los seres humanos tienen que luchar contra esa escala de su naturaleza humana que lo hace tendiente al egoísmo, a la envidia, a los celos, por decirlo de otra manera, al chisme, está ahí. Pero si nosotros no contamos esas historias de aquellos que también sufrieron o fueron víctimas de la envidia, los celos, que se vieron envueltos en chismes, y supieron cómo superarlo, e hicieron lo que hicieron para dejar eso atrás, nosotros estamos enseñando solo la cara visible, que no produce identificación por incongruencia de realidades.
Si creemos que basta con conocer (leer, enseñar, examinar) la historia para repetirla y para no repetirla; Si no lo logramos, la historia, y con ella la identidad, el alma cubana, estará en trance de suicido (u homicidio) y la estructura subjetiva del alma cubana, de la nacionalidad cubana, de lo histórico, no pasará de ser una narración formal.
Entonces este tema profundo, fundamental y fundante, de contar la historia de nuestro país, no puede ser pensado sin pasar por las subjetividades de “los historiados” y “los historiadores”. Lo que llamamos histórico, no se hizo con la finalidad de hacer historia. Devino historia. Y ha sido contada, y será contada, con un fin: esta patria grande nuestra, en un país pequeño, que ha sido vilipendiado, colonizado, recolonizado, avasallado, traicionado, necesita de la historia de sus grandes hombres, para construir identidad, valor, autoestima, lo entiendo perfectamente, lo comparto, lo cultivo. Pero tenemos que llegar en algún momento, en algún lugar, en algún espacio, a contar la historia hecha por seres humanos, no por figuras que de alguna manera se distancian para llamar a su alcance. Pensar, sentir y asumir que ahora, aquí, entre nosotros, hay mucho de esos cubanos que fueron Céspedes, Martí, hay mucho del general Antonio, de Guiteras, de Villena, de Camilo, del Che, de Fidel, que ahora puede que escape a los libros, pero no al carácter de ser cubano, y por ende a toda la historia de Cuba.
Tenemos que rescatar el gusto por la historia, el amor por la historia, el encuentro con la historia, sin duda. Y para esto hay que contar con la unidad de lo cubano, con las dimensiones personales, subjetivas, de su existencia. Porque historia sin identidad humana, sin cualidad de humano, sin arraigo a la vida real de personas tangibles, es apenas narración histórica. Nosotros necesitamos que sea savia alimentadora del alma cubana.
Hace poco se presentó una película excelente que hicieron sobre la vida de Carlos Acosta. Y alguien me decía: “Esto es muy fuerte. La gente se moviliza mucho, queda muy emocionada, como viviendo la historia de Carlos, con Carlos, a través de la película. Como si fuera la vida de cualquiera de nosotros” Además, la historia contada por él, la que él vivió, la que lo descubre en su grandeza no solo como bailarín, sino como ser humano, la que nos regala la certeza, y no simplemente la frase, de que sí se puede. Y la emoción del genial bailarín, al ver “la película” pasa por estar viendo su vida. Me lo imagino diciéndose: “Esa es mi vida, ese soy yo”, y se sentía feliz, incluso siendo una historia, para los que la conozcan y para los que no se la invito a leer, marcada por penurias, carencias, prejuicios, incomprensiones, por el sufrimiento, por el dolor, pero es su historia, es su vida, esa en la que se impuso, y se creó a sí mismo como lo que es, su historia real. La grandeza nace en cualquier circunstancia, porque lo suyo, lo humano, es cambiarla.
Entonces yo creo que por ahí tendríamos que pensar en hacer una adición importante, una complementación, que nos permita ver la realidad más desde lo personal, desde lo subjetivo, desde esos procesos que emergen.
Los cubanos y cubanas estamos hoy ante una construcción complicada desde el punto de vista de la historia, y tenemos que considerar las diversas subjetividades que la hacen y la harán, el diálogo y la coherencia existencial, interrelacional, de esas subjetividades. El país es, y ha de ser con todos, pero para el bien de todos, un bien no solo común, sino bien distribuido. Porque todos conocemos perfectamente por qué Céspedes fue a la guerra, y por qué Martí fue a la guerra, y por qué Agramonte fue a la guerra, y por qué los grandes próceres de nuestra historia fueron a la guerra. Pero lo que me pregunto es por qué fueron los esclavos, por qué fueron los sectores más desfavorecidos de la población, ¿para construir autonomía e independencia de España? No creo que fue lo esencial. Fueron a lograr la independencia de España, como medio indispensable, para que fuéramos dueños de nuestro destino, y entonces construir, lograr, justicia social. Y sí, los mismos líderes de la insurrección lo sabían, lo tenían claro, y lo hicieron saber algunos de ellos en aquel documento ético en el que juraron “guardar inviolable sus obligaciones, sostener el principio de la igualdad social y hacer cuanto pueda en lo humano para la rehabilitación de las clases y la abolición de todo fuero, privilegios o división fundada en la nobleza de la cuna, el oficio y la riqueza” –la referencia no es textual, es a la memoria.
Entonces la historia de Cuba tiene varias motivaciones, y dos son, a mi juicio fundamentales. Hay que contar con las dos: autonomía, soberanía, independencia, y justicia social. Porque Cuba no es un proyecto solo de no ser ni española ni americana, de ser cubana. Hay que seguir la oración, ser cubana para darles a los cubanos una condición justa de vida. Y por eso hay una relación inextinguible entre independencia, soberanía, autonomía y justicia social, porque no habrá justicia social sin soberanía, pero no habrá soberanía sin justicia social. Sin justicia social reaparecerán (reaparecen ya) los anexionistas, reaparecerán los sumisos, conscientes o no, reaparecerán los mercenarios del vivir bien, “como en la metrópolis”, reaparecerán los colonizados, todos los que debilitan y enferman el alma cubana.
Entonces, esa es la historia que yo siento que hemos contado poco. Tenemos que contar esa historia, tenemos que contar esa historia para podernos identificar, para poder decir: Ese pude ser yo. Y hoy estoy siendo lo que me toca hacer en un proceso con muchas cosas distintas pero con muchas cosas comunes. Ser cubano.