Jorge Luis Ferrari
Argentina
Resumen
El objeto de esta ponencia es reflexionar sobre la posibilidad que tiene los padres de “educar sin violencia” a sus hijos y de cómo podemos, desde nuestra práctica profesional, colaborar para que esta opción sea cada vez más masiva y para plantear alternativas a los métodos violentos aún en uso. Consideramos que buena parte de la violencia que vemos en nuestra sociedad tiene su origen en la forma agresiva en que son educados los hijos. La violencia “pedagógica” es un mal negocio, de frutos escasos y de perjuicios enormes, tanto para los que aplican el castigo, como para los niños y para quienes hoy o en el futuro compartan sus vidas. Nuestra presentación se basa en el trabajo con grupos de padres, en nuestra experiencia, tanto personal como profesional, y en investigaciones sobre la violencia y el autoritarismo en la familia.
Palabras claves: Educación, violencia, familia, maltrato
Abstract
The purpose of this paper is to reflect on the possibility for parents to "educate without violence" their children and how we can, from our practice, we work together to make this option increasingly massive and to propose alternatives to the methods violent still in use. We believe that much of the violence we see in our society stems from the aggressive way in which children are educated. The "educational" violence is bad business, poor fruit and enormous damages, both for applying punishment to children and to those who now or in the future to share their lives. Our presentation is based on work with groups of parents, in our experience, both personal and professional, and research on violence and authoritarianism in the family.
Keywords: education, violence, family abuse.
Educar sin violencia o educar para la violencia
El titulo refleja la alternativa que se plantea hoy en la sociedad. No vamos a entrar en detalles de ejemplos de violencia que vivimos a diario, ya sea de manera personal, en nuestra labor profesional o la que se desarrolla a nuestro alrededor, en nuestras ciudades y países. Violencia que no es solo la que aparece en las noticias policiales o la que sabemos ocurre a nivel doméstico, sino también la violencia social, económica y política. Aquella que ejercen los poderosos sobre los más débiles, las minorías acomodadas sobre las mayorías carenciadas, aquella en que unos pocos le arrebatan al resto la posibilidad de una vida digna.
Sin duda que las causas de la violencia son muchas, algunas de ellas con múltiples raíces históricas, económicas, de género, o con los más diversos orígenes y que se van mezclando y superponiendo a lo largo del tiempo. En cada espacio y momento se manifiesta de manera peculiar, pero repitiendo el esquema del abuso de poder por parte del más fuerte sobre el más débil y evidenciando la falta de respeto por el otro.
Esa diversidad de causas, a que hacemos referencia, no debemos dejar de tenerla en cuenta, pero es bueno también darnos la posibilidad de enfocar nuestro interés, nuestro estudio y nuestro accionar sobre un factor específico, que por delimitado no debe significar descontextualizado.
Concretamente, nos estamos refiriendo al origen familiar de la violencia y dentro de ella a los métodos educativos que usamos con los niños, niñas y adolescentes. Hoy los padres continúan utilizando el castigo físico como método correctivo de sus hijos. El castigo físico a los niños, a lo largo del siglo xx, se erradicó en el resto de la sociedad y en particular de las escuelas, pero sigue siendo moneda corriente dentro de las familias. Que se erradicó de la sociedad y de las escuelas no significa que no exista, pero está muy mal visto y penado por la ley, todo lo cual ayuda bastante a que no se produzca, salvo excepciones.
Lo que no es tan excepcional, ni en la escuela, ni en la sociedad, son otros tipos de violencia que se ejerce sobre los niños, niñas y adolescentes; que pueden ser tan o más dañinos que la misma violencia física. De esto no vamos a hablar en general sino en específico cuando esto sucede dentro de la familia. Los padres también ejercemos múltiples formas de violencia que van mucho más allá de las palizas tradicionales. Cuando un padre o una madre nos dice que nunca le pegó a su hijo, eso no significa que no lo haya violentado en ocasiones o no lo viva violentando de manera constante.
Sería bueno empezar por definir un poco a qué nos referimos cuando hablamos de violencia, de educar sin o con violencia. Porque la violencia es tan antigua como el hombre y se ejerce o se sufre o ambas a la vez, de manera tan diversa que es bueno aclarar de qué estamos hablando.
También es necesario aclarar que, lo que aquí se expone, no es una cuestión terminada, en la que todo se haya explicado y comprendido, sino que son reflexiones a la luz de la práctica cotidiana y en base al estudio de distintos especialistas que se abocan a estos temas, así como de otros profesionales, que sin ser especialistas en violencia, deben enfrentarse a ella con herramientas que no siempre son las adecuadas, a juzgar por ellos mismos y por sus resultados.
Del tema de violencia y de violencia familiar hay mucho escrito, pero es sorprendente como algunos desarrollan el tema, viven de ese tema pero no hacen la menor referencia a la violencia ejercida sobre los niños, niñas y adolescentes por sus padres y más concretamente por la violencia ejercida por la madre, en particular en algunos colectivos femeninos. Sobre eso hay un silencio sagrado. Si uno habla, de inmediato pasa a formar parte del campo enemigo. Uno puede leer centenares de textos sobre violencia familiar y de género sin la menor referencia a la violencia sobre los niños, niñas y adolescentes. Sin la más mínima mención a que es ahí, donde podemos aprender a ser violentos o a acostumbrarnos a la violencia. Leyendo este tipo de discurso pareciera que el hombre golpeador nace de un repollo y que la mujer golpeada llega virgen de violencia al matrimonio.
Aquí no se trata de echarle la culpa de la violencia social a los padres en general y mucho menos a las madres, pero si se trata de ver cómo los padres contribuimos a ella educando con métodos violentos. El “si me quieres no me pegues”, no solo es válido para las mujeres adultas, lo es también para las niñas… y para los niños y adolescentes.
Si bien los niños, en general, son golpeados mucho menos que en el siglo pasado, siguen siendo absolutamente normales (cotidianas) las palizas o los cachetones de los padres hacia los hijos. Otro cambio que ha habido en los últimas décadas es que castigar, antaño era una de las pocas tareas que tenían los papás, el clásico: “ya vas a ver cuando llegue tu padre” y hoy las palizas han alcanzado la equidad de género e incluso ahora pegan más las madres que los padres.
Esto nos lleva a preguntarnos por qué a los adultos en general, a las mujeres, a los trabajadores, no se les puede pegar y a los niños sí. A los animales no se les debe pegar. Cualquier adiestrador de perros o domador de caballos, les dirá que a los animales ya no se les pega para adiestrarlos, que se les va enseñando con mucha paciencia y en base a premiar los comportamientos deseados. De lo contrario obtenemos un animal miedoso, a veces rencoroso y que a la primera de cambio nos devolverá los golpes y malos tratos recibidos.
Qué ironía:
Pegarles a los animales es crueldad.
Pegarle a un adulto es agresión.
Pegarle a una mujer es una agresión agravada.
Pegarle a un detenido es tortura.
Pegarles en el hogar a los niños es “educación”.
¿Por qué va a ser menos malo pegarle a un niño que a cualquier otro ser viviente? Al contrario, es peor porque están indefensos. Por eso han tardado tanto las leyes en prohibirlo, porque no pueden defenderse: no hay sindicatos, ni organizaciones de niños, ni colectivos que expresen sus sentimientos, ni defiendan sus derechos. Los organismos públicos o privados abocados a la infancia suelen tener otros interesas y preocupaciones. Los niños no votan, no tienen posibilidades de hacer lobby,1 ni huelga. Por eso mismo, habiendo leyes que prohíben los malos tratos, salvo para los casos muy aberrantes,2 han sido letra muerta y los padres siguen golpeando a los niños.
Recién ahora se está colocando en la legislación de los diversos países la prohibición de que los padres peguen a sus hijos. No deja de ser curiosa la forma difusa, cuando no ambigua, en que se redacta, como que la idea es evitar los abusos pero que una paliza de vez en cuando viene bien.
No creo que haga falta en este ámbito explicar por qué no se debe pegar, ya que son los psicólogos los que nos han dado a los pedagogos los avisos de las consecuencias nefastas que tiene para la psiquis del niño la “educación” basada en la violencia, y nosotros, en tanto que pedagogos, sabemos de sus magros o nefastos resultados.
Creo que está muy claro: si los golpes educaran, los chicos más golpeados serían los más educados y suelen ser los que más problemas ocasionan o los que más problemas tienen.
El tema es cómo trasmitimos esto a la sociedad, como expandimos estos conocimientos en nuestro desenvolvimiento profesional.
Para el legislador es fácil colocar en una ley que se prohíbe pegar a los niños, es decir tan fácil no, ya que resulta misteriosamente arduo aprobarlas. Pero somos nosotros, los distintos profesionales que trabajamos en torno a las familias, quienes debemos garantizar que esto no sea letra muerta, y creo que la mejor manera de hacerlo es profundizando en los métodos y herramientas alternativos para que los padres puedan educar a los hijos sin necesidad de recurrir a métodos que son violentos y de dudoso resultado.
Para esta tarea de concientización cumple un rol fundamental todo lo que pueda aportar la psicología sobre las consecuencias de la violencia en la psiquis del niño. Como interactúa el maltrato en la autoestima cuando esta está en plena formación. Cómo influyen los malos tratos en los vínculos que ese niño establece con el resto de la sociedad, con los padres que lo violentan, con sus pares, con sus superiores (directores, maestros).
Y dentro de esto, ver cómo actúan dentro del niño las diferentes formas de violencia o de maltrato: los golpes físicos, los zamarreos en los bebés y niños pequeños, los gritos, las largas y continuas letanías, la manipulación, los abusos y extorsiones. Aquí dejamos afuera el abuso sexual (por tener connotaciones específicas mucho más graves) pero entra de lleno la alienación parental, el controvertido SAP, y todas aquellas situaciones en que abusamos de nuestra autoridad, de nuestro estatus de persona mayor, de nuestra potencia física y hasta de nuestra disponibilidad económica para avasallar y llevarnos por delante la vida del niño. Sus derechos, su voluntad, su personalidad, su vida: la invadimos y dominamos a nuestro antojo. “Es nuestro hijo y hacemos lo que se nos da la gana con él”.
También está dentro de los malos tratos: la desidia, la falta de atención y por supuesto el abandono. Esto sigue aún siendo parte del cotidiano de muchos hombres. Sin demasiada dificultad, dejan atrás mujeres embarazadas o con niños en diferentes edades. También están aquellos que se dejan echar, con relativa facilidad, de al lado de sus hijos por parte de la madre o de la familia de la madre o de la (in)justicia familiar. Justo es decir que cada vez hay más padres que no se dejan quitar, ni alejar de sus hijos y pelean contra quien sea por participar en su crianza.
Un niño alejado, por la circunstancia que sea, de alguno de sus padres es un niño maltratado. Es un niño que va a sentir que la vida lo ha golpeado muy fuerte sin que él hiciera nada para merecerlo. Ya que estamos hablando de castigos, no es una cachetada que recibe una vez, sino son muchas que recibe cada vez que necesita a su padre y este no está a su lado, ni cerca. Cada vez que se siente inseguro, que necesita otra opinión en la familia, que necesita que respondan a las preguntas que se hace a medida que va creciendo, y por supuesto cada una de las miles de veces, que a lo largo de su vida, le preguntarán por su padre. En cada una de estas ocasiones la ausencia paterna le pega una nueva cachetada.
Tenemos bastante escrito con el profesor Nelson Zicavo de cómo la ausencia paterna trae aparejado al niño otro tipo de carencias y lo fragiliza ante otros abusos dentro y fuera del hogar. En particular en nuestros países, en donde un porcentaje enorme de la población vive con notorias necesidades, la falta de padre las agrava y en algunos casos de manera sustancial, por no decir terrorífica. Nos referimos a la situación que viven los hijos de madres solas en zonas muy carenciadas, en donde reina la ley del más fuerte y en los que la vida vale poco. Allí son tomados como presas heridas en una cacería permanente de víctimas para todo tipo de abusos, para el delito o el negocio de la droga, la prostitución y el trabajo esclavo.
Estudiar los efectos del maltrato nos sirve para dos cosas: una, poder ejercer funciones terapéuticas con los niños que llegan hoy a las consultas o instituciones y que vienen sufriendo alguna forma de maltrato; y otra, para reforzar la argumentación que permita erradicar esas erróneas concepciones de que “la letra con sangre entra” y de que “una buena cachetada a tiempo, vale más que mil palabras”.
Debilitando el vínculo
Debemos profundizar el estudio de la acción destructiva que tienen los malos tratos con los vínculos filiales. Hace tiempo que venimos hablando y estudiando los vínculos. Consideramos que este es uno de los aspectos neurálgicos: la violencia no solo daña al niño, su cuerpo, su autoestima, su voluntad, sino que daña los vínculos que este tiene con sus progenitores y a partir de ahí, también con su entorno. Lo cual retroalimenta toda la problemática.
Consideramos también que desde la psicología pueden aportar mucho, al resto de la sociedad, de cuándo y por qué aparece y se desarrolla la violencia y los abusos de poder dentro de la familia. Para poder prevenirla y generar las herramientas para prevenir, para estar atento a sus primeras señales, para que uno pueda controlarse, es decir ver cómo ayudamos a los padres a EDUCAR SIN VIOLENCIA, a preservar fuertes los vínculos.
Enseñamos a ser violentos
Debemos tener como meta tratar de hacer entender que cuando pegamos, no es tanto lo que corregimos como lo que enseñamos a ser violentos. Enseñamos a usar la violencia cuando algo no está de acuerdo a nuestros cánones, enseñamos a usar la violencia con los más débiles, con los más chicos. Enseñamos a usar lo violencia con los que dependen de nosotros y a usar la violencia con los que uno ama. Estas enseñanzas están en la base de la violencia familiar, de la violencia de género y de la violencia social en general.
Esa lacra social de “pegarle y aprovecharse de los débiles” es lo que le enseñamos a un hijo cuando le pegamos. Abusar de la autoridad, eso que hace sufrir a tanta gente en nuestra sociedad, de parte de funcionarios o agentes públicos, es también algo aprendido en la infancia: abusar de que uno es más grande, de que uno tiene más poder.
La falta de respeto por el otro es lo que inculcamos en nuestros hijos cuando los golpeamos o cuando abusamos de nuestro poder, cuando imponemos nuestra voluntad sin importarnos su parecer, una y otra vez sin solución de continuidad. En estos casos no son sujetos con vida propia: los consideran apéndices de sí mismo, mascotas, “objetos” de propiedad exclusiva.
Por eso también, en los divorcios suceden situaciones terribles; cuando toman a sus hijos como objetos a los que mueven a su antojo como si fueran títeres y quedan presos de sus venganzas, de su rencor o de su desidia. A veces, hacen que los acompañen en su desmoronamiento, los arrastran en la caída. Y los niños por si solos no tienen escapatoria, porque son absolutamente dependientes de quienes los crían y si no tienen otros referentes, consideran que eso es todo lo que hay y que está bien así, por enfermo y retorcido que sea.
Para las ciencias sociales los “menores” pasaron de ser objeto a sujeto, pero en la vida cotidiana esto no siempre es así, en muchos hogares siguen siendo objetos y objetos extraños; y en muchas escuelas meros objetos cuantificables y poco sujetos a modificación positiva, al decir de algunos docentes y directivos.
Autoridad sin golpes
Cuando hablamos de educar, de formar, de disciplinar, debemos mencionar forzosamente el tema de la autoridad. Renunciar a los golpes no significa renunciar a la autoridad, pero sin duda debemos reflexionar sobre qué tipo de autoridad es la que deben ejercer los padres para que su acción sea positiva y no funesta o con resultados adversos.
Profundizar las diferencias entre autoridad y autoritarismo, entre guiar a alguien para su propio bien y manipularlo en nuestro propio beneficio, entre convencer al otro por su propio bien o hacer lo que se nos antoja y que el otro se acomode, son las alternativas que debemos elegir.
Por decirlo de manera simple: el pequeño no sabe lo que está bien y lo que está mal, el padre debe guiarlo en ese camino; pero no a los cachetones, sino con paciencia, con afecto, con tiempo, con inteligencia y con más paciencia. Teniendo siempre presente que está guiando a una persona, a un ser con vida propia; que además de conocer “el bien y el mal” (por decirlo de alguna manera) debe ir desarrollando su capacidad de pensar y actuar por sí mismo. He ahí la misión de los padres, generar seres autónomos, acompañar a los hijos hasta que puedan desenvolverse por sí mismos y que esto sea lo más pronto posible y no a los cuarenta años o cuando fallezcamos.
Vamos a hablar de límites, de vacas y de alambradas
Hoy está de moda hablar de los límites y por todos lados uno escucha que es la falta de límites lo que está en la base de todas nuestras desgracias.
Pero los límites son el entorno, lo más importante es lo que está adentro. En un fundo o una estancia, lo que vale, lo que produce riqueza son las plantaciones o el ganado que allí se cría y engorda. Es el trigo, el maíz, las vacas o las ovejas lo que más importa. Las alambradas sirven para delimitar la propiedad, para que no se mezclen las vacas con las ovejas o para que estas últimas no dañen los maizales. Poner todo el acento en los límites, y hacerlos responsables a ellos, es como si dijéramos que en el fundo o en la estancia lo importante es la alambrada y no el ganado o las plantaciones. De muy poco sirve poner límites sino colocamos nada adentro, es irrisorio preocuparnos por los límites sino estamos formando, enriqueciendo, generando las mil y una posibilidades que el crecimiento de un niño requiere.
Decirle que no a un niño, claro que es necesario, pero hay niños que lo único que escuchan es no. Pero lo que hace crecer, son los sí. De lo contrario el niño será un excelente reprimido pero con una pobreza afectiva e intelectual galopante.
Por otro lado, crecer, pasar de bebe a niño, de niño a adolescente y de adolescente a joven adulto es un permanente superar límites, superar fronteras; entonces centrar la educación en los límites, hacer un mundo de ellos, es la base del autoritarismo, de la violencia. No considerar que los límites son provisorios, temporales y la mayoría de ellos para ser atravesados, es ignorar su propia razón de ser y tal vez hacer que pasen desapercibidos en el montón los límites que sí deberían ser para toda la vida, como por ejemplo: el respeto por el otro o el no aprovecharse del más débil.
Capacidad de razonar, emocionarse, capacidad de amar, espíritu creativo, imaginación, bonhomía, amor por la lectura y/o por las plantas y la naturaleza, ganas de superarse, generosidad, saber resolver situaciones, entereza, firmeza en sus convicciones, paciencia, una buena capacitación para el trabajo, amor por la vida al aire libre, espíritu deportivo, solidaridad, etc. etc. son las vacas, las ovejas, los maizales o los frutales que debemos procurar que nuestros chicos desarrollen en su interior. Si todo eso está germinando y creciendo les aseguro que no deberemos preocuparnos en particular de los límites.
Hay padres que dicen “mi hijo no entiende razones” y, claro, si nunca le enseñaron a razonar, simplemente le decían “no” o lo golpeaban cuando hacía algo que estaba mal o que no les gustaba. “Yo no soy de explicar mucho, yo pego y así él entiende” me decía una madre.
Mi trabajo en este tema me ha demostrado que lo que más debemos aprender los padres es a ponernos límites a nosotros mismos, para no hacer cosas indebidas con nuestros hijos y luego, con nuestro ejemplo, los límites a los hijos vienen solos.
La violencia es el fracaso de la inteligencia
Creo que esto no solo es una verdad surgida al calor de la realidad violenta y cotidiana, sino que puede ser nuestra llave para ablandar las resistencias a educar sin violencia. Todos sabemos lo apreciado que es la inteligencia en el mundo moderno, todos queremos tener hijos inteligentes y quisiéramos también serlo nosotros.
Nos podemos pasar una hora enumerando todos los perjuicios que traen aparejados los malos tratos, pero algunos no nos terminarán de creer. Seguirán pensando que con sus hijos las palabras no funcionan, que no hay mejor manera de hacer razonar que a golpes, “que con ellos dio resultado”, “que una buena cachetada de vez en cuando recuerda quién manda en la casa”, etc. Pero si nosotros planteamos que la violencia es el fracaso de la inteligencia, estamos trasmitiendo el mensaje que “el que golpea no es inteligente”, estamos diciendo que cuando la inteligencia no alcanza aparecen los golpes, y nadie quiere sentir que es un bruto. Ahí veremos cómo nos prestan atención y cómo sus resistencias empiezan a ceder.
Mitos a desterrar
“Unos buenos chirlos, hacen a una buena educación”, “nadie se ha muerto por un buen sosegate”. Podríamos hacer un libro con estas frases que solo sirven para tranquilizar las conciencias de aquellos que recurren a los golpes para hacer llegar sus mensajes.
Primero, que sí hay niños muertos por las golpizas de los padres y resta el problema de todos los que siguen vivos pero que han sido educados dentro de la violencia. La violencia no es ni gratuita, ni anodina. Segundo es hora ya de que dejemos en claro que la violencia pedagógica es poco efectiva: pensemos si nunca volvimos a hacer algo que nos prohibieron con una paliza.
Hay algunos que sin ser partidarios de la violencia tienen miedo a ser blandos, a maleducar a sus hijos por ser complacientes o demasiado flexibles. Entonces mechan, salpican su desidia con un golpe de vez en cuando. Esto solo puede empeorar las cosas. Si antes, sus hijos le tenían poco respeto, con esto terminan de perderlo.
Podríamos también hablar de los padres a los que se les van todos los libros cuando se enojan, allí llueven sopapos, vuelan elementos contundentes y cae cualquiera que se atraviese, así venga de la Santa Misa.
No deja de ser una preocupación el tema de educar en la no violencia a niños que se van a desenvolver en un mundo violento. Como en todos estos casos hay que tener en claro si uno quiere ser parte de la solución o del problema. ¿Para qué vamos a criar hijos con sentido de la justicia y de la equidad en un mundo injusto? ¿Para qué vamos a criar hijos honestos y trabajadores en países donde la corrupción y el acomodo se enseñorean? Pero son las opciones que uno tiene en la vida. Esto no significa criar ovejas para que se las coman los lobos. Si queremos tener hijos fuertes no debemos acostumbrarlos a golpear sino a ser autónomos, a tener su propios pensamientos, su propia capacidad de análisis. Debemos enriquecer sus habilidades intelectuales, artísticas, físicas y laborales. Esto los hará fuertes como persona, pero no para vencer a los otros, sino para sobreponerse a las dificultades y llevar una vida sana y digna de ser vivida.
En estos objetivos debe estar invertida la autoridad de los padres, en guiar a los hijos hacia estos “nobles” objetivos y no a que nos obedezcan ciegamente, a que no nos molesten demasiado, a que piensen, se vistan y lleven el pelo como a nosotros se nos ocurra, o que amen lo que amamos y odien lo que odiemos. Si se les respeta ellos lo respetarán. El hijo sujeto, o el hijo objeto, esa es la cuestión de fondo. El hijo como sujeto de su destino o el hijo como objeto de nuestros deseos y/o frustraciones. Un hijo que guiamos con paciencia hacia su destino o que golpeamos para que entre en el nuestro.
Conclusión
Educamos sin violencia o educamos para la violencia, esa es la alternativa. El desafío transmitir esto, profundizar sus estudios y fundamentación, derribar los mitos y ayudar a encontrar métodos y herramientas que faciliten la labor de los padres en la difícil tarea de educar a sus hijos.
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Notas:
1 “Hacer lobby” se le denomina a realizar algunas acciones para que se apruebe una ley o el gobierno tome alguna medida en favor de algún interés particular o colectivo.
2 Casos aberrantes en que la Justicia llega tarde, ya que el niño está muerto o sumamente afectado por los malos tratos.